sábado, 26 de septiembre de 2009

Para reconstruir la izquierda social y cultural



El debate, si se puede llamar así, político del pasado verano da muchas y buenas pistas sobre los temas de fondo que organizan eso que se ha llamado “la opinión pública”. El primer asunto de importancia, no por orden cronológico, ha sido la polémica, que todavía colea, entre PRISA y el gobierno de Zapatero (hablo del gobierno y no del PSOE, no por casualidad, como luego se verá). El motivo, como es sabido, ha sido la regulación por decreto-ley del sistema de pago para la TDT. La brutalidad de la respuesta de los representantes de la citada empresa de comunicación, agobiada por una deuda que ronda los cinco mil millones de euros, demuestra hasta qué punto están rotas las relaciones entre el gobierno y el sistema mediático empresarial que, hasta ahora, ha condicionado y, hasta cierto punto, apoyado a ese gobierno.

El tema es muy viejo en la política y consiste en algo tan simple, pero tan importante como la creación desde el gobierno de grupos mediáticos que lo apoyen y lo sostengan. Esto lo ha hecho el PSOE y lo ha hecho el PP, al igual que, desde otro ámbito, lo hacen los partidos nacionalistas. Tan vieja también como el mundo es la tendencia de estos grupos mediático-financieros de autonomizarse y convertirse en lobbys que acaban determinando muchas veces las políticas del partido que en otros momentos los impulsó. Es evidente que Zapatero sintió negativamente, ya desde la oposición, la presión de PRISA y que desde el gobierno ha intentado e intenta crear un grupo de apoyo mediático que, sin romper definitivamente con PRISA, sí que la limite y le asegure márgenes de maniobra mucho más grandes.

Como se ha encargado de decir Juan Luis Cebrián, el consejero delegado de PRISA, en el fondo hay algo más, que es la cuestión del felipismo. En esto no hay que engañarse: el felipismo fue una trama de poder que interconectó grupos económicos, gobiernos locales y regionales y estructuras partidarias. De una u otra forma, desde el gobierno o la oposición, esas estructuras y redes de influencia se siguen manteniendo; sin ellas nunca hubiesen sido posibles cosas como el GAL, la corrupción generalizada y la decisiva influencia de PRISA y sus medios, aquí y en América Latina.

Dichas estructuras, con diversas aristas, han sido puestas directamente al servicio de gentes como Slim (seguramente la primera fortuna del mundo), del cual González es un conocido ayudante y tiene como núcleo de influencia el llamado “Club de Madrid”, que no es otra cosa que el defensor a ultranza de los intereses de las transnacionales con pabellón español y enemigo mortal de las experiencias de transformación social que se desarrollan en América Latina. La línea editorial de El Paísy de sus clones latinoamericanos son, en este sentido, más que evidentes y compiten abiertamente con la derecha extrema española.

Es importante retener la cuestión del felipismo porque, como más adelante se verá, tiene mucho que ver con las disensiones en el grupo económico del gobierno que han dado como fruto la dimisión de su todopoderoso vicepresidente económico, las críticas abiertas de gentes como Almunia y la salida de la política del otrora amigo político de Zapatero, Jordi Sevilla.

La corrupción al galope

El segundo asunto que nos ha ocupado durante el verano tiene que ver con el espinoso tema de las corrupciones del PP y las denuncias de escuchas telefónicas realizadas desde los aparatos del Estado. Que desde el Ministerio del Interior se realicen campañas contra la oposición política y social no nos debe de extrañar demasiado: lo han practicado aquí el PSOE y el PP cuándo y dónde gobiernan. Es más, las críticas del PP al gobierno se dan, justamente, en un contexto en el que hay procedimientos judiciales abiertos contra el gobierno de la Comunidad de Madrid por seguimientos y espionaje -esto si que es una novedad- a disidentes políticos contrarios a Esperanza Aguirre.

El problema de fondo no es otro que la corrupción. Tampoco en esto hay que engañarse: el patrón o modelo de crecimiento español en estos doce últimos años ha sido posible y se ha mantenido por la complicidad de las fuerzas políticas mayoritarias, en el Estado y en las Autonomías, con los grupos de poder financiero-inmobiliarios. Han sido el gobierno central, las Autonomías y las instituciones locales los que han hecho la vista gorda ante los desastres urbanísticos, han seguido desregulando y privatizando, a cambio de (esta es su mejor cara) conseguir ingresos para sus menguadas arcas, financiación extra para las cada vez más costosas campañas electorales, cuando no corrupción directa de personas que se han enriquecido espectacularmente ante la pasividad, sino el abierto apoyo, de una opinión pública que asocia como normal la corrupción y la política.

Tarde o temprano, esta enorme y sistemática corrupción, emergerá. Se tiene la sensación de que el conflicto entre las grandes formaciones políticas está relacionado con la ruptura de un pacto no escrito que consiste en taparse mutuamente las corrupciones y situarlas al margen del debate político. En el fondo, hay que insistir en el enorme poder político de la oligarquía financiero inmobiliaria y mediática para controlar la agenda del gobierno e imponer sus “alternativas”.

Hay que empezar a preguntarse, también, si esta corrupción generalizada semioculta que sólo parcialmente nos facilitan los medios de comunicación no está inserta en el corazón de nuestra propia sociedad, si no se trata de un cáncer moral perfectamente arraigado entre nosotros. Un cáncer cuyo origen tal vez se halle en el mismo origen de la etapa democrática: no hubo ruptura, sino reforma, y con ello se arrastraron todos los vicios y hábitos imperantes en el tardofranquismo.

El asunto no es baladí, pues hay ya síntomas alarmantes de que la pretendida “sociedad civil” (léase grandes empresarios y familias ricas “de toda la vida”) reclama su parte del pastel. El caso de Félix Millet, un patricio barcelonés de una familia que ha estado en la cima fuera cual fuera el régimen político imperante, y que supuestamente se ha metido en el bolsillo más de diez millones de euros provenientes de subvenciones de las administraciones públicas destinadas al Palau de la Música, puede ser la punta de un iceberg de dimensiones insospechadas.

El debate de la subida de impuestos

El tercer asunto de importancia, muy relacionado con los otros dos, tiene que ver con el debate sobre la crisis y, específicamente, con las propuestas, por lo que se ve, moderadísimas, de incremento impositivo del gobierno. No se sabe si sorprende más la “hipocresía organizada” de los grupos económicos y mediáticos de poder o la enorme debilidad de la respuesta de un gobierno y del partido que teóricamente le apoya. Todos los debates se entrecruzan en este: lo que está en cuestión es el poder de los que tienen el poder para imponer “su” salida a la crisis.

El presidente de la patronal (convicto y confeso admirador de Esperanza Aguirre), en un momento álgido de la crisis, pidió, exigió que “se suspendiera temporalmente la economía de mercado” y propuso una contundente intervención del Estado en la economía ante una previsible catástrofe económica. La patronal y los grupos de poder económicos no tuvieron dudas, a pesar de que se incrementara sustancialmente el déficit público, en poner miles de millones de euros de los contribuyentes para sanear, de nuevo, el sistema financiero y ayudar de diversas formas a la empresa privada a través del gasto público. Pues bien, esta misma patronal, junto con toda la enorme trama mediático comunicacional, ha seguido insistiendo en la necesidad de abaratar el despido, aumentar la edad de jubilación y disminuir las pensiones ante la enésima amenaza de quiebra de la seguridad social.

El gobierno, frente a una gravísima crisis y ante la necesidad de proteger a los sectores más débiles, ha abierto mal y tarde el debate sobre un previsible incremento de impuestos para paliar un déficit público en expansión. La debilidad del gobierno resulta patética. España tiene uno de los más injustos sistemas tributarios de la UE y su gasto público sigue estando muy por debajo de la media europea; esto se agrava con nuestro insuficiente y escaso gasto social. Ante esto, el gobierno lanza un globo sonda y la oposición combinada del PP y de los grupos mediático-financieros, rebaja las expectativas de la misma hasta el punto que se tratarán de modificaciones temporales y nada significativas, según anuncia el propio Zapatero

Este “debate” señala elementos, como antes se dijo, muy significativo de nuestra realidad político-social. En primer lugar, pone de manifiesto que nuestro patrón de crecimiento ha generado, entre otras cosas, una distribución extremadamente desigual de renta, riqueza y poder. Hay una oligarquía financiero inmobiliaria que sigue acumulando poder político y que pretende, una vez más, que la salida a la crisis no cuestione en lo más mínimo los fundamentos de su poder económico, mediático y político.

En segundo lugar, el gobierno está a la defensiva, sin propuestas reales alternativas a la crisis del patrón de crecimiento. El PSOE y todo su inmenso poder institucional no está respondiendo a los desafíos políticos de una derecha a la ofensiva y que se ve ganadora a medio plazo. La alianza real de Zapatero está establecida con los sindicatos, con UGT y CCOO. Lo más significativo, no obstante, es que ni siquiera éstos están respondiendo con alguna contundencia a los desafíos de una patronal que sabe lo que quiere y que está más que dispuesta, si el gobierno no cede a sus exigencias, a ser la base de masas del PP.

En tercer lugar, la crisis viene para quedarse. Con o sin brotes verdes, el paro, la precariedad, la sobreexplotación van a continuar y con ello la inseguridad y el miedo ante la carencia de alternativas. El conflicto social básico va a estar presente durante mucho tiempo y la apuesta de los poderes económicos es clara y diáfana: ajuste salarial y ajuste social, es decir, menos poder de los trabajadores y sus organizaciones en la sociedad.

En cuarto lugar, destaca el escaso apoyo que Zapatero recibe en este terreno por parte de las Autonomías en las que el PSOE gobierna. Como si cualquier medida debiera tomarse exclusivamente desde el gobierno del Estado, los gobiernos autonómicos parecen, cuando se habla de crisis, mirar hacia otro lado. Especialmente notable es el caso de Cataluña, cuyo conseller de economía, Antoni Castells, ha rechazado explícitamente un posible aumento de impuestos, algo paradójico si se tiene en cuenta la reciente aprobación de la nueva financiación autonómica, y la inexistencia de recursos suficientes para llevarla a cabo. Resulta sorprendente que, siendo España un país fuertemente descentralizado, los gobiernos autonómicos opten por esperar plácidamente a que les arreglen el tema desde el gobierno central, mientras aprueban un ERE tras otro.

En quinto lugar: en estas condiciones, el gobierno Zapatero perderá las próximas elecciones, de las cuales emergerá una derecha política y económica con un programa abiertamente neoliberal y de aplicación pura y dura. La tentación es situarse, como tantas veces, defendiendo un gobierno que no sabe defenderse ante el peligro, real, de que llegue la derecha. Se debe, con sinceridad y con modestia, responder al temor de las gentes, pero la estrategia del mal menor, en estas condiciones, puede terminar siendo el mal mayor.

La salida, ¿hacia dónde?

Que el gobierno de Zapatero podría responder desde la izquierda a la situación, es evidente; el programa para esta ofensiva se le ha venido ofreciendo desde la izquierda social y política. Basta leer lo que han venido proponiendo Juan Torres, Vicenç Navarro, José Manuel Naredo, Juan Ramón Capella, Miguel Ángel Llorente o Albert Recio. La cuestión antes apuntada del felipismo tiene mucho que ver con esto: para hacer otra política desde la izquierda, Zapatero debería hacer otro PSOE. Ni PRISA, ni los barones y baronesas ni las tramas de poder de las que es parte, se lo van a consentir. A Borrell nunca le perdonaron intentarlo.

El “zapaterismo” ha consistido en el intento de humanizar el modelo neoliberal, respetando las bases económicas del patrón de crecimiento e intentando redistribuir mejor. Cuando ha llegado la crisis todo este esquema ha saltado por los aires. Zapatero no acepta que el peso de la crisis, una vez más, caiga sobre los trabajadores y busca conciliar esta decisión con los grupos económicos de poder, a lo que éstos se niegan; la dimisión de Solbes tiene mucho que ver con ello. Con todo esto se pone de manifiesto algo que ya sabíamos y que es bueno no olvidar: que el bipartidismo no es sólo ni principalmente una cuestión electoral, sino un modo de organizar el poder. Más contundentemente: es el instrumento del que se valen los que tienen el poder económico, y derivadamente el poder político, para no perderlo.

Tener claro esto y no hacerse falsas ilusiones es perfectamente compatible ( da un poco de vergüenza tener que decir esto a estas alturas) con acuerdos con el gobierno y con el partido que lo apoya para la defensa de los derechos de los trabajadores y de aquellas medidas que dignifiquen y mejoren la situación de los sectores más golpeados por la crisis, pero sabiendo que de este gobierno, no sólo no va a salir una alternativa coherente de izquierdas, sino que, desgraciadamente, sus incongruencias terminarán por facilitar el paso a la derecha.

Resistir el impacto combinado de la oposición política, de casi todos los medios de comunicación y de la jerarquía eclesiástica sería una prueba difícil para cualquier gobierno sólido; para un gobierno timorato, indeciso, carente de figuras que respalden al presidente, la misión se convierte en imposible.

La izquierda paralizada

Hasta ahora, no es por casualidad, nada hemos dicho de las izquierdas a la izquierda del Partido Socialista. Lo menos que se puede decir es que éstas viven una situación caracterizada por la carencia de un proyecto alternativo, la pérdida de apoyo social y electoral y una fragmentación que se va incrementando con el tiempo. Lo más grave es que dichas izquierdas niegan en la práctica esta realidad y poco o nada hacen por superarla. La valoración que han hecho de las recientes elecciones europeas invita al pesimismo. No sabemos si es peor la autocomplacencia o la supina ignorancia ante realidades que ni se pueden ni se deben de ignorar.

Que la izquierda en general y que la izquierda transformadora y anticapitalista en particular, no viven un gran momento en Europa, parece evidente. Pero hay casos y casos. La izquierda alternativa española, junto con la italiana, están en una situación que hay que calificar de emergencia y de práctica desaparición como referente electoral y social. Eso no ocurre en Alemania, en Portugal, en Grecia y ni siquiera en Francia, donde se conserva un importante espacio electoral, una fuerte capacidad de movilización y, lo más importante, están sacando consecuencias del coste político que tienen las divisiones y los hegemonismos más o menos explícitos.

Parafraseando un viejo artículo de Naredo, en España hace falta una oposición que realmente se oponga, una oposición social, cultural y política a los grupos de poder dominantes y a las fuerzas políticas que directa o indirectamente los apoyan. Sin esta toma de posición clara y firme, todo lo demás son meras palabras que a casi nadie convencen ya. De la mala situación de la izquierda alternativa en España no se va a salir con esporádicos llamamientos a la unidad ni con situarse como izquierda complementaria del PSOE, sino propiciando una nueva convergencia social, política y cultural con el objetivo explícito, no de salir en abstracto de la crisis, sino del capitalismo neoliberal en crisis.

Es importante tener claro que estamos ante una larga travesía del desierto; ante un éxodo de grandes proporciones; ante un territorio duro y difícil de atravesar, lo que exigirá saber a dónde se quiere ir, cómo y con quién, sabiendo que el trayecto exigirá un fuerte compromiso ético-político, mucha determinación y capacidad de maniobra para combinar defensa de principios sólidos con un talante unitario y no sectario.

Para construir una alternativa de izquierdas hace falta reconstruir una izquierda social y cultural capaz de sentar las bases de una nueva práctica y de un nuevo modo de hacer política. Lo que deberíamos hacer todos y todas es poner nuestros pequeños instrumentos político organizativos al servicio de esta tarea desde la unidad, el programa y la acción común. Ello requiere audacia, desembarazarse de complejos y renunciar a protagonismos autoatribuidos y a intereses espurios.

El problema, como siempre, es saber si estaremos a la altura de los desafíos históricos y de las necesidades de nuestras gentes.



miércoles, 9 de septiembre de 2009

POLÍTICA DE LA CRISIS Y CRISIS DE LA POLÍTICA EMANCIPATORIA


1.    El final de una ilusión y la presencia (de nuevo) de un mundo duro y terrible.

El nuestro ha sido el despertar de un sueño largamente anhelado, un sueño que ha unificado clases y grupos sociales, partidos y pensamientos; una cultura se ha ido asentando, convirtiendo a muchos españolitos y españolitas en triunfadores, los campeones de una liga (europea y mundial) que nos situaba entre los mejores. Zapatero dixit: primero alcanzaremos Italia, después Francia y, más allá, todo o casi todo para un pueblo que supera sus atavismo históricos y se incorpora al pelotón de los ganadores; algunos, más cultos, hablaron de plena integración en la modernidad. ¡Qué inmenso complejo de inferioridad!

Se trata del final de un sueño. La primera reacción es de incredulidad: esto no puede pasar y si pasa, será necesariamente breve. Lo dicen los “neutrales” medios y el siempre preclaro gobierno español lo anuncia: “brotes verdes”. Después, incertidumbre y miedo: ¿será posible de nuevo? ¿nos encontraremos como en los 70?, es decir, paro, retroceso en el nivel de vida y restricciones en el consumo. ¿Cómo se pagarán las hipotecas? ¿qué trabajo y qué tipo de trabajo?. La situación actual del precariado oscila entre la marginalidad liberadora y el colchón familiar. Mañana, seguramente, rabia, impotencia y frustración, deseo de volverse a dormir para engarzar con un sueño que era bueno y confortante y que apenas se ha podido vivir. Al final, todo dependerá de la duración y de la intensidad de la crisis.

Parece claro que el debate real está entre los que argumentan, los datos están ahí y no se pueden negar, que estamos ente una recesión global; y aquellos que pensamos que esta recesión abre una inédita y compleja depresión también global. Una y otra posición están de acuerdo en algo fundamental: nada será ya igual que antes y que muchas,  muchísimas cosas van a cambiar a medio y largo plazo.

Otro dato concita muchos acuerdos: la crisis española es específica y se tardará mucho en salir de ella. Zapatero, con mucho oportunismo e intuición, parece que toma nota. De hecho, en España convergen dos crisis que se alimentan mutuamente: la crisis económica internacional y la crisis del patrón de crecimiento dominante en los últimos doce años

2.    Descripción: del virus mutante al efecto boomerang.

La metáfora del virus mutante es de Jacques Sapir: primero, crisis de las subprime y del entero sistema hipotecario norteamericano; después, el virus muta, crisis financiera norteamericana y su extensión al conjunto del sistema financiero mundial; más tarde, una nueva mutación vírica: la economía real recibe ya todos los efectos negativos y se desencadena, por ahora, una recesión global. El  retroceso de la economía real agrava la crisis financiera, el efecto boomerang, en un juego pernicioso donde el “efecto riqueza inverso”[1] y la activación de los famosos CDS (credit default swaps)[2] se engarzan y se autoimpulsan. La contracción del crédito, la devaluación radical de los activos, la brusca caída de la demanda y la insolvencia general, agravan la situación de las empresas y de las familias y sitúan al sistema financiero ante nuevas dificultades. Un sistema, digámoslo claramente, en quiebra en todas partes.

La primera cuestión que hay que señalar con rotundidad es que esta es una crisis anunciada. No se sabía, obviamente, la fecha y la hora, pero que todo el andamiaje de la llamada “globalización financiera” tenía una “inherente tendencia a la inestabilidad y la crisis” (paz  Hyman Minsky) era un dato de la realidad difícil de ignorar aunque fuera ocultado sistemáticamente por los gobiernos, las organizaciones internacionales y los medios de(des) información; estos últimos, colaboradores consciente y necesarios en la “heroica” tarea de no alarmar, no crear incertidumbres y defender “patrióticamente” la economía nacional.

Los avisos eran cada vez más atronadores y los destrozos cada vez más grandes: México 1994, crisis asiática 1997-1998, crisis rusa 1998, Brasil 1999, Estados Unidos 2001-2022, crisis de los punto.com y “el corralito” argentino, etc. Así, según Susan George, hasta más de cien crisis financieras en los últimos veinte años. En este contexto, decir que la crisis pilló de sorpresa a los gobiernos y a las entidades es mentir descaradamente y no reconocer algo decisivo que el modo normal de funcionamiento de la globalización neoliberal ha sido la creación y recreación de burbujas sucesivas que agravaban la crisis y donde la anterior creaba y alimentaba las condiciones para la posterior. No sin razón, Robert Brenner  ha podido definir esta etapa abierta tras la crisis de los 70, como la de una “economía política de la burbuja” o, para decirlo como lo hace John Bellamy Foster, como la configuración de un tipo de acumulación de “capital monopolista financiero”

3.    El nùcleo geoeconómico de la crisis y su centro de anudamiento geopolítico: la hegemonía  de los EEUU en el centro de todas las batallas.

Hay cuatro cuestiones especialmente relevantes que se entrelazan y se anudan en estos escenarios: a) las políticas neoliberales; b) el nuevo régimen financiero internacional; c) la financiarización de la economía y d) la crisis de hegemonía de los EEUU.

a)    Veinte años de hegemonía neoliberal demuestran con mucha claridad su carácter de clase y (contra) revolucionario. El objetivo era -Harvey lo ha señalado con mucha fuerza- restaurar el poder de las clases económicamente dominantes y hacer retroceder sustancialmente  los derechos históricamente conquistados por el movimiento obrero organizado en particular, y la ciudadanía en general, después de dos guerras mundiales y millones de víctimas que las clases subalternas, como siempre, dejan como tributo, a mayor gloria de unos cambios históricos siempre reversibles y provisionales.

El “Estado social” (como instrumento de control y regulación de los mercados), la “democracia de masas” (como modo de intervención y participación política de los trabajadores) y el “pleno empleo” (como objetivo central de las políticas económicas y fuente del poder social de la clase obrera en la fábrica y en la sociedad) se convirtieron en los enemigos a batir en un proceso de “lucha de clases organizada y dirigida desde arriba”, audazmente puesto en práctica, en el cual se combinaban el uso reaccionario del  aparato del Estado, la ofensiva política-cultural y unas exitosas alianzas sociales al servicio de un individualismo de masas sólidamente implantados en los imaginarios colectivos, colonizados por los medios de manipulación y demás industrias de la organización del entretenimiento. La derrota de la experiencia del “socialismo real” cerró el circulo y legitimó la nueva cultura hasta convertirse, tal era su predominio, en el sentido común  de una época, en el “pensamiento único”.

 No fue casual que el epicentro de la contraofensiva estuviera situado en el mundo anglosajón y específicamente en los EEUU. La crisis del sistema de   Bretton-Woods, en un contexto de gravísima crisis económica y de  cuestionamiento de la hegemonía norteamericana, ponía de  manifiesto que se había entrado en una fase sustancialmente nueva y que el orden surgido después de la segunda guerra mundial ya no respondía a la correlación de fuerzas entre las clases y los Estados.

Lo Lo ocurrido después enseña mucho y convendría no olvidarlo en este complejo presente. No sin dificultades, las clases dominantes norteamericanas respondieron duramente y consiguieron restablecer su hegemonía por una larga temporada. El “golpe” de Nixon de agosto de 1971, suspendiendo la convertibilidad del dólar en oro, inició una etapa de conflicto y de inestabilidad que tendría su continuidad en el ”tratamiento de choque” de  Volcker -de Octubre del 1979 hasta agosto de 1982- consistente, entre otras medidas, en subidas brutales de los tipos de interés y el retorno a la ortodoxia monetario-financiera. Esta política, provocó una descomunal recesión económica mundial, la desestructuración de la clase obrera y de la entera industria norteamericana, la crisis de la deuda de tercer mundo, y el surgimiento de un nuevo régimen monetario  internacional, al que Peter Gowan ha denominado “sistema Dólar-Wall Street”.

 Desde ese momento, la Reserva Federal y el Tesoro conseguían libertad absoluta para hacer y deshacer con su moneda-papel, sin más respaldo que su control del sistema financiero internacional y su capacidad política y militar indiscutida. En definitiva, una verdadera “destrucción creativa” al servicio de una gigantesca reestructuración económica y social que modificó sustancialmente la correlación de fuerzas existente, garantizó el monopolio del sistema financiero norteamericano y, lo que era más importante, impulsó lo que se dio en llamar la globalización y la hegemonía de las políticas neoliberales. No fue por tanto poca cosa.

c) La financiarización de la economía mundial fue un instrumento decisivo en el proceso de recomposición hegemónica del capitalismo y en la derrota de la izquierda  sindical y política en casi todas partes.

¿De qué hablamos cuando decimos financiarización? Nos referimos, en primer lugar, al predominio de grupos de poder económico ligado al entramado financiero-monetario internacional y a su control del conjunto de la economía. Se trata de la conformación de una plutocracia mundializada que impone sus reglas a los Estados, domina a las empresas  y define los criterios de las políticas económicas que aplican los organismos internacionales.

En segundo lugar, sitúa la especulación en el gobierno de la economía y de la sociedad. La libre circulación de capitales, las desregulaciones, las privatizaciones y el saqueo de los bienes públicos se han puesto abiertamente al servicio de una minoría en busca de ganancias extraordinarias. Lo demás vino como consecuencia: la puesta en disposición de sofisticadísimos instrumentos financieros encadenados ad infinitum, articulados en una arquitectura piramidales cada vez más compleja y peligrosamente interconectada; los procesos interminables de fusiones y adquisiciones sucesivas, basados en el endeudamiento crecientes y en la lógica de lo que se ha dado en llamar ”la maximización del valor del accionista”.

En tercer lugar, ha cambiado sustancialmente la vida de las empresas. Son los llamados inversores institucionales los que imponen sus criterios -la famosa regla del 15% como rendimiento- asegurándose la fidelidad de los gerentes -implicados de diversas formas en los beneficios de la empresa- y transfiriendo los riesgos hacia los trabajadores. La autofinanciación, la dependencia creciente de la marcha de las bolsas y del valor de las acciones, la preocupación gregaria por los rendimientos y la represión salarial, configuran así un tipo de organización social que hace de las relaciones laborales y del manejo de la fuerza de trabajo, la clave del beneficio empresarial.

En cuarto lugar, la creciente dependencia de las personas de las instituciones financieras. El dato tiene muchas consecuencias sociales y culturales. En general, las políticas neoliberales han tenido como resultante básica la depresión salarial y el retroceso de las rentas provenientes del trabajo. El incremento de beneficios empresariales no se ha dirigido a la acumulación productiva sino a la especulación financiera. Los viejos y siempre  existentes problemas de realización, así como la imparable tendencia a la sobreproducción, reaparecen con muchísima fuerza.

En este contexto, el endeudamiento ha sido un instrumento muy poderoso para amortiguar las tendencias negativas antes indicadas y dar capacidad de compra a los sujetos de unas rentas salariales deprimidas. La dependencia de las familias del crédito y su  endeudamiento creciente para comprar la vivienda, para incrementar sus consumos o simplemente para dar cierta seguridad a su futuro vincula estructuralmente a los asalariados con las instituciones financieras, en lo que Lapavitsas ha definido como un proceso de “expropiación financiera”, es decir, la clase trabajadora es explotada o mejor dicho, sobreexplotada, en el proceso productivo y expropiada por las instituciones financieras, en un complejo sistema de mercantilización del conjunto de las relaciones sociales.

c)LLa cuestión de la hegemonía norteamericana en la crisis actual. Giovanni Arrighi, citando a Braudel, ha remarcado que la financiarización es siempre el “otoño” de una potencia dominante; es el dato básico de una crisis de hegemonía que intenta ser evitada o amortiguada precisamente, financiarizando la economía internacional, como un penúltimo recurso para evitar un declive anunciado.

 No es este el lugar para discutir con la extensión y el rigor que merecen las tesis que sobre los ciclos sistémicos de acumulación y sus complejas relaciones con los ciclos de hegemonía que Giovanni Arrighi ha ido analizando en un conjunto de trabajos admirables, siguiendo una estela abierta por la escuela del sistema mundo que tiene a Immanuel Wallerstein como referente principal. La tesis básica es que estaríamos ante una transición sistémica en la cual el centro del poder político y económico se iría desplazando desde EEUU hacia el mundo asiático organizado en torno a China, potencia hegemónica emergente.

 No es casual tampoco que el debate sobre el largo declive de EEUU haya tenido contundentes respuestas en América Latina entre Intelectuales y científicos sociales (Fiori, Atilio Borón, Emir Sader). La complejidad del asunto requeriría de muchas matizaciones y de encontrar un terreno donde las estrategias políticas e intelectuales, convergieran más o menos armoniosamente y sobre todo, distinguir los ciclos cortos y largos de nuestra historia presente.

 La decadencia hegemónica de una potencia político militar que tiene cerca de mil bases militares en el mundo y que gasta ella sola más de la mitad del presupuesto militar mundial, tiene paradojas que en el terreno de la política concreta invita a reflexiones teóricas y prácticas de alcance no menor. Si tenemos en cuenta que el declive hegemónico de Gran Bretaña duró casi cincuenta años, podríamos afirmar que se puede vivir en decadencia durante mucho tiempo y seguir siendo un obstáculo formidable a cualquier impulso emancipatorio nacional o social. Es más, la capacidad de EEUU para crear alianzas estables ha sido una constante histórica de su tipo de hegemonía y esta se ha puesto de manifiesto brutalmente, en esta etapa de crisis sistémica que tiene su centro precisamente en esa potencia.

 Ahora bien, la tesis que mantenemos es que el centro donde se anudan todas las contradicciones del presente es en EEUU y en su modo de ejercer la hegemonía económica, política, militar y cultural sobre el planeta. El desafío neoliberal, el nuevo régimen monetario internacional y la globalización financiera tienen que ver centralmente con las dificultades de EEUU para perpetuar unas relaciones de poder internacional que desde los años setenta se encuentran cuestionadas. Sin esta limitación no entenderíamos uno de los rasgos decisivos de la presente crisis económica internacional y las enormes dificultades para salir de ella, que implicarían, entre otras cosas, una reestructuración de las reglas básicas que configuran hoy las relaciones internacionales.

 Baste para entender lo que estamos diciendo, el saber que la economía norteamericana necesita para cuadrar sus cuentas y cubrir su déficit, de unos tres mil millones de dólares diarios; y que  el sistema de relaciones económicas configurado a partir de los años ochenta, se basa en la paradoja poco conocida pero enormemente sobresaliente, de que el resto de mundo aporta su ahorros para que EEUU siga siendo una poderosa máquina de consumo. De esta manera, el sistema financiero monetario internacional se configura como un mecanismo que traslada este ahorro (en torno al 50% del ahorro mundial) hacia los EEUU para que este pueda relanzar su consumo interno y como se ve en la crisis hipotecaria norteamericana, seguir endeudando masivamente a las familias. Para decirlo con brevedad, desde los años ochenta EEUU es una economía parasitaria en decadencia que usa y abusa de su poder monetario financiero para perpetuar un sistema económico profundamente desigual, depredador de las riquezas ajenas y con una huella ecológica incompatible con la vida del planeta.

 Al final, se ve aquello que Lenin, con perdón, decía con mucha contundencia: que la economía es la política concentrada y, diríamos, cristalizada en unas determinadas relaciones de poder. La moneda es poder y la economía refleja unas relaciones de fuerzas que solo se pueden perpetuar con los instrumentos, más o menos legitimados, de la violencia. Si algo debemos al aporte intelectual de Harvey es su idea, ampliamente argumentada, de que la llamada “acumulación primitiva” de la que nos hablaba Marx, es un rasgo permanente de la economía-mundo capitalista, lo que él ha denominado como “acumulación por desposesión”. Violencia, uso regulado o no de la fuerza y poder militar, es el marco sin el cual la economía nunca se acabaría de entender.

 

4.    La centralidad de la política: No hay salidas económicas de la crisis.

Las políticas en curso ponen de manifiesto que  no hay solo salidas económicas de la  crisis, más precisamente, que  las salidas son, en un sentido u otro, siempre políticas. Cuando se trata, como la presente, de una crisis  básica, es decir, que afecta al conjunto de las relaciones sociales, a las relaciones internacionales de fuerzas y a la distribución del poder entre  las clases y los estados convendría no olvidar la dramática historia del movimiento obrero y de las fuerzas políticas comprometidas con la emancipación social.

 Si algo nos enseñó Antonio Gramsci es que las crisis del capitalismo no van en una sola dirección y no garantizan una salida socialista. En muchos sentidos, podríamos definir al comunista sardo como el político que abrió, en condiciones de derrota, el debate sobre las políticas emancipatorias desde la crisis del capitalismo imperialista.

 El primer elemento de su enseñanza, conviene remarcarlo, es que no existe, sin más, una relación de causalidad entre crisis económica, crisis social y crisis revolucionaria. El asunto es mucho más complejo y admite diversas direcciones y líneas de fuerza en una realidad múltiple donde se concreta una trama de poder que relaciona base y sobrestructura, fuerzas políticas organizadas e imaginarios colectivos y tradiciones culturales, en marcos nacionales dados.

 En segundo, es que el modo “normal” de funcionamiento del capitalismo implica crisis económicas recurrentes y que estas son inevitables aunque -y aquí la experiencia de los sujetos vale mucho- sus efectos económicos y sociales puedan, hasta cierto punto, amortiguarse. Baste como ejemplo, lo siguiente: si algo enseña la crisis que estamos viviendo es que Estados que tienen un gasto público como los europeos, en torno al 40% del PIB, tienen una autonomía y una capacidad de maniobra macroeconómica que, si bien no tienen la fuerza para evitar las crisis, les otorga capacidad para influir sobre ellas, paliar sus efectos sociales y propiciar salidas de las mismas, al menos hasta ahora.

 En tercer lugar, la evolución de la crisis dependerá de la relación de fuerzas existente, teniendo en cuenta que la propia crisis modifica la estructura social, las percepciones de los sujetos y los marcos ideológicos y políticos de referencia. Para decirlo con contundencia: no hay salidas económicas de las crisis, sin salidas políticas. Este es un elemento decisivo que rompe con cualquier reducción economicista y que pone el acento sobre la subjetividad organizada, sobre las ideas y la esperanza de los trabajadores y las trabajadoras en un mundo que cambia de base y que abre posibilidades de transformación política y social que no están dadas a priori.

En cuarto lugar, la crisis es siempre etapa de excepción que rompe con las “normalidades” y que genera disponibilidades sociales y políticas nuevas y  abre también el territorio de lo imprevisible, de lo incontrolable y ,esto es relevante,  de la creatividad social. De cómo afectan los cambios socioeconómicos a los imaginarios sociales consolidados, la rapidez y la contundencia de éstos y la emergencia de nuevos sentidos y orientaciones subjetivas, es el dato esencial para situarse bien  e intervenir conscientemente en la crisis. El viejo y derrotado Gramsci como teórico de las sobreestructuras políticas y culturales, nos dio muchas “pistas” y “atisbos” que debemos hacer nuestros como formas de problematizar un mundo que mucho ha cambiado y en muchos sentidos, para peor.

En este sentido, insistimos, no se pueden subestimar los aspectos políticos-culturales o culturales fuertes en la definición de las posibles salidas. Si algo ha caracterizado al neoliberalismo ha sido su capacidad para “producir” personas, seres concretos funcionales al modo de vivir y hasta soñar del neoliberalismo. El concepto de “mutación antropológica” definido en los años setenta por Passolini muestra todo su potencialidad para entender los cambios en las consciencias y en los comportamientos de unas  clases subalternas colonizadas por las poderosas industrias culturales, de entretenimiento y consumo del capitalismo en su fase tardía.

5.    La doble crisis de la economía española: el largo despertar de un sueño y la búsqueda desesperada de nuevos referentes.

Si se veía venir la crisis a nivel global, aquí estaba cantada. El modelo o patrón de crecimiento se sabía que era insostenible económica, ecológica y al final, solo al final, socialmente. Han sido más de doce años de crecimiento y nuestro mundo real y el imaginario, así como nuestra situación en él, cambió sustancialmente. Si algo nos ha enseñado Naredo en esta historia, es la profunda relación existente entre el “ladrillo”, las burbujas financieras, el creciente deterioro ecológico y el consenso socialmente construido, cuando se organizan como fundamento de un determinado patrón  económico y de poder.

 La política siempre ha estado por delante y por detrás, articulando, mediando y cohesionando un bloque económico y social que ha tenido a la oligarquía financiera e inmobiliaria en su núcleo central. La otra cara del asunto sin la cual nada hubiese sido posible, es la corrupción. Hablar de esto es políticamente incorrecto, pero hay que enfrentarse directamente con la realidad. Esta ha sido general, de arriba abajo y de abajo a arriba y las gentes lo sabían y lo saben.

 El consenso social también se ha basado en eso, en aceptar la corrupción de los políticos como parte de  nuestra normalidad. Por eso, políticos  socialmente reconocidos como corruptos son de nuevo masivamente votados, cuando no aclamados por sus poblaciones y hasta legitimados bajo el principio de que si todos roban, “estos al menos hacen algo”. Se llega hasta el esperpento moral de preguntarse por qué los pobres cuando acceden a un cargo público no pueden vivir como los ricos.

No sabemos mucho acerca de cómo están viviendo los trabajadores la crisis y como la sienten aquellos que la están sufriendo directamente, pero intuimos que la historia repetido una y otra vez por el gobierno y por los medios de que existen “brotes verdes” y que lo peor de la crisis ya ha pasado, será acogida con esperanza por una gran parte de la población que ha vivido la crisis como un amargo despertar. En parte se trata, de una cuestión de percepciones. No se ve el mundo de la misma forma pensando que el paro es algo coyuntural y que la crisis toca a su fin, que aceptar sin más que estamos ante una profunda crisis del capitalismo realmente existente y que, además, esta crisis converge en España con la de un patrón de crecimiento que nos ha situado en muy poco tiempo ante la realidad de nuevo del paro, de la restricciones en el consumo y, sobre todo, en la inseguridad permanente, es decir, el miedo ante el futuro.

Todo va a depender de la duración e intensidad de la crisis. Por lo que sabemos, ésta va a ser larga y profunda y que muchos de los fundamentos culturales y de los valores socialmente  asumidos se van a modificar, se están modificando en un plazo breve. La reacción al miedo es siempre la búsqueda de la seguridad.

 El gobierno nos ofrece un placebo: la crisis es solo coyuntural y de pronta salida. La derecha económica y social, que conoce bien el asunto, se prepara para combinar un fuerte intervencionismo del Estado con restricción de los derechos sociales y económicos de los trabajadores, es decir, la continuación del neoliberalismo por otros medios; la derecha política hace un uso alternativo de la crisis como instrumento para derrotar al gobierno, repitiendo las viejas consignas del periodo de Aznar y dando muy pocas pistas sobre su programa real y ,sobre todo, esperando que la agravación  de las situación social les lleve en volandas a la Moncloa; mientras, la izquierda social y sindical apenas si comprende el carácter de la crisis y busca salidas que en ningún caso cuestionan el patrón de poder que organiza y articula el modelo económico hoy dominante.

   El debate real sería este: ¿se pueden defender los derechos sociales y políticos sin modificar sustancialmente las relaciones de poder? No parece posible, porque no se trata de salir de la crisis sino del neoliberalismo en crisis, sabiendo -y es necesario insistir sobre ello- que detrás del modelo de crecimiento hay un patrón de poder que es necesario derrotar, que no caerá por sí solo y que existe el peligro de que el bloque de poder acabe recomponiéndose en y desde la crisis.

 Estas son las cuestiones de fondo y estos son los desafíos objetivos que de una u otra forma debemos responder los que estamos comprometidos con las mayorías sociales. Si se me permite, con aquellos que en esta dramática historia seguimos teniendo un punto de vista de clase. Lo que no se puede decir, como se dice y se hace, es que esta crisis es tan grave o más que la del 29 y a reglón seguido, proponer viejas y gastadas recetas, como si se tratase de una simple recesión económica. No se trata de mala lógica sino de un mal análisis y de una estrategia equivocada. Tratar una tuberculosis como si fuera un simple resfriado.


6.     La crisis de las políticas emancipatorias y la permanente cuestión de las alternativas

Llevamos hablando tantos años de la crisis de la política y de sus consecuencias que hemos terminado por cansarnos de una terminología que confunde más que aclara y que no deja demasiado espacio para volver a pensar con “ojos limpios”. Sin embargo, los hechos son los hechos. Lo que se quería decir con aquello de la “crisis de la política” era que se estaban produciendo fenómenos muy significativos en la esfera democrática (abstencionismo electoral, crisis de los partidos de masas, pérdida de peso del conflicto social, etc.) que cambiaban sustancialmente la relación de las personas con la política en un contexto de (norte) americanización de la vida colectiva, tanto en su vertiente privada como en la pública.

 La “sobrecarga” que sufrían las crecientemente “ingobernables” democracias (esa era la terminología del primer informe de la Comisión Trilateral) se estaba saldando radicalmente con una separación radical de la ciudadanía de la cosa pública, el Estado mínimo como realidad y la llamada globalización como proceso (ideológico) de naturalización del mercado (capitalista) y de la “despolitización” de las políticas, no solo, económicas. Al final, la privatización del conjunto de relaciones sociales y económicas se convirtió en una parte decisiva del imaginario colectivo y con ello, la pérdida de entidad de lo que había sido la sustancia de los procesos de democratización y nuestro diferencial,  conviene insistir sobre ello, con el sistema político norteamericano: la política como instrumento de transformación social y  la democracia como  autogobierno de los ciudadanos y ciudadanas.

 Pietro Ingrao ha situado desde siempre en el centro de estas transformaciones la  emergencia de los “comunes y corrientes” como sujetos políticos autónomos, dotados de un proyecto político preciso y capaces de generar instituciones sociales y políticas propias, como el dato más relevante de la historia moderna europea. Este proceso histórico unió en la vida real de millones de personas conflicto de clases, democratización y socialismo. Esto es lo que en gran parte se ha perdido en estos años; cuando se habla de crisis de la política no estamos hablando solo de fenómenos coyunturales, más o menos significativos, sino que “los comunes y corrientes” ya no sienten, no se comprometen, no actúan desde una conciencia y un imaginario que tenía la emancipación social y política en su centro.

 Esta ha sido la gran derrota político-cultural. Todo lo demás es secundario. En un momento donde, de nuevo, el capitalismo aparece con todas sus lacras y su profunda incompatibilidad con la vida, las personas, las clases, las fuerzas sociales, no solo no tienen un referente alternativo, sino que, en muchos sentidos, ya no son capaces de pensar y de sentir desde un horizonte alternativo al modo de producir, consumir y vivir de esto que todavía seguimos llamando capitalismo.

 Exigir, como se exige a la izquierda en general y a la izquierda anticapitalista en particular, el rápido y urgente despliegue de alternativas, no deja  de ser una ilusión. Alternativas las hay, siempre las ha habido: dotarse de un programa y de una estrategia de salida del capitalismo en crisis. Esto nunca fue una operación teórica  donde bastaba reunir  un grupo de cuadros  intelectuales y  obreros  para producir una propuesta o un esbozo  de propuesta; siempre fue algo más, en su base: la capacidad de organización, de ilusión, de lucha y muchas veces de desesperación de las grandes mayorías. El problema es que, para una parte consistente de los asalariados, de los trabajadores y trabajadoras no parece creíble y, seguramente, hasta poco necesario, un programa de transformación social más allá del modelo económico dominante.

 Para decirlo con más claridad: ¿cómo luchar por una alternativa de sociedad y de poder cuando las mayorías sociales realmente existentes han perdido la confianza o no creen que esto sea posible? .O dicho de otra forma: los que estamos por el socialismo, en cualquiera de sus acepciones, somos una minoría  muy minoritaria, extremadamente dividida y   socialmente muy aislada.

 Hay otro asunto que conviene destacar aquí y que suele pasar desapercibido en los debates de la izquierda cuando se habla de alternativas. Me refiero a la Unión Europea. La crisis de la política tiene mucho que ver también con la deconstrucción del Estado-nación ante el doble embate de la globalización capitalista y de la llamada integración europea. El “papanatismo europeísta” que ha atravesado a la opinión pública, a la publicada y al conjunto de la izquierda social y política, ha impedido un análisis riguroso del tipo de construcción europea que efectivamente se iba construyendo, más allá, de  las diversas y casi siempre manipuladas campañas propagandísticas de las instituciones de la Unión.

 No es este el lugar (algunos lo hemos hecho con fuerza desde hace años) para hacer una crítica completa de la UE. El Estado español, desde el punto de vista socioeconómico es, en muchos sentidos, una “comunidad autónoma” de una Europa que ha constitucionalizado el neoliberalismo, que ha concentrado enormemente el poder económico en una oligarquía financiera e industrial extremadamente influyente y que, de modo creciente, han ido sustrayendo a la soberanía popular las decisiones fundamentales de la política económica. De hecho, se ha ido construyendo (con la complicidad consciente de los gobiernos) una constitución material diversa de las formalmente existentes en cada uno de los países y que ha tenido como consecuencia fundamental la progresiva desaparición del Estado social y de sus complejos mecanismos de control del mercado, promoción de la igualdad material y lucha por una democratización efectiva.

 La “pinza” entre la globalización de un lado y de la UE de otro, han contribuido poderosísimamente  homogeneizar a las fuerzas políticas, a sustraer las  decisiones relevantes del control de los órganos representativos, propiciando  un distanciamiento de enormes dimensiones entre lo político y las demandas y aspiraciones de la ciudadanía. Hasta hace poco tiempo, unos y otros hemos defendido que ante dilemas de tal magnitud la única alternativa posible era convertir esta Unión Europea en los Estados Unidos de Europa. Por lo que parece, de nuevo, confundimos deseos con realidad.

 Es cierto, que cualquier alternativa seria desde la izquierda necesita también de  cambios radicales en la estructura y funcionamiento de la Unión Europea. Ahora bien, este tipo de integración europea no está dirigida a crear unas instituciones y unos sujetos políticos de lo que podríamos llamar, el poder instituyente del pueblo europeo, más allá de los Estados-nación realmente existentes. Esta integración lo que ha conseguido es sustraer a la soberanía popular (del Estado nación, que hasta ahora es la única soberanía que hemos conocido en Europa) la definición, las reglas y los objetivos de las políticas económicas para imponer las consagradas en los tratados, es decir, neoliberalismo puro y duro.

7.    Empezar desde el principio: reconstruirse socialmente en la crisis y fundar una nueva práctica de la política.

¿Cómo volver a empezar aprendiendo crítica y autocríticamente de más de cien años de lucha, de tantos sacrificios y tantas muertes? Obviamente la respuesta no es fácil y, desde luego, tiene que ser contestada colectivamente por miles de hombres y mujeres que siguen creyendo en la emancipación del mal social de la explotación y del dominio. Mis propuestas son  modestas y no tiene ninguna vocación de ser la alternativa correcta, sino poner en circulación ideas, análisis, sugerencias para refundar y refundarnos colectiva e individualmente.

La primera cosa, consiste (Manolo Sacristán lo señaló hace ya muchos años) en  no engañar ni engañarse, es decir, realismo revolucionario o emancipatorio. Analizar el mundo desde sus raíces y hacerlo desde el punto de vista de los de abajo. El movimiento obrero y socialista, en un sentido amplio, desde la 1ª Internacional pretendió eso: comprender la explotación y encontrar instrumentos eficaces para luchar contra ella. Esta aspiración no deberíamos perderla nunca de vista: denuncia, lucha social, compromiso ético y alianza con la ciencia disponible.

Lo segundo, tomar nota, de una vez por todas, que los proyectos  que durante tantísimos años han dividido, fracturado y sectarizado a la izquierda, ya no tienen razón de ser y, guste o no, están agotados históricamente. No se trata de que nadie renuncie a su propia identidad, sino esforzarse en la crítica y en la autocrítica de la propia tradición y la búsqueda de un terreno común capaz de impulsar el conflicto social, la unidad programática y formas de coordinación más allá de las actuales definiciones partidistas.

En tercer lugar, una nueva práctica de la política capaz de reconstruir  imaginarios colectivos críticos y alternativos. Lo que hace que “los comunes y corrientes” comprometan su tiempo, y muchas veces sus vidas y las de sus familias por la emancipación, es algo más que una teoría justa o una propuesta más o menos acertada. La política, para los de abajo, siempre ha sido una pasión, un sentimiento dotado de razones. La emancipación, más allá de tácticas y de estrategias, ha sido y es un compromiso ético-político. La práctica de la política, los fundamentos de la organización y las relaciones con los ciudadanos y ciudadanas, o tienen este sólido fundamento o la construcción de nuevos nexos entre las personas y las plataformas alternativas, no será posible. Así de simple.

En cuanto lugar, la reconstrucción de los imaginarios sociales requiere con claridad definir a los enemigos y ponerles cara y ojos. Desde una alternativa republicana, federal y socialista se hace necesario y urgente una crítica a esta democracia oligárquica y a los grupos de poder económicos y mediáticos que la dirigen. No hablar para los convencidos, sino para las mayorías sociales, explicando bien las cosas, sabiéndonos minoría, pero no resignándonos a serlo permanentemente. Una pedagogía de masas al servicio de la emancipación.

En quinto lugar, redimensionar bien lo electoral-institucional. Aquí también es conveniente no engañarse demasiado. La tendencia a la autonomización de los aparatos políticos e institucionales es parte de una sociedad que tiende a la organización de una democracia oligárquica. La experiencia, todas las experiencias, nos dicen eso, tanto en las formaciones tradicionales como en las nuevas (o no tan nuevas) que se denominan así mismas como  alternativas. La lucha por el poder interno y por llegar a ser cargo público va a seguir existiendo y es necesario crear mecanismos de intervención que si no lo impiden, al menos lo amortigüen o lo debiliten.

En esto también hay que ser claro: si queremos la participación activa de los hombres y mujeres, su implicación subjetiva y militante es necesaria una forma-organización democrática y de base. Nadie, y mucho menos los jóvenes, van a dedicar horas y energías, trabajo voluntario, para engordar aparatos y promocionar a unos cargos públicos que, casi siempre, acaban por independizarse de sus  bases, renuncian a cualquier práctica alternativa y de defender el necesario cambio de las instituciones terminan por ser cambiados por ellas.

El mejor antídoto es una forma- organización capaz de reconstruirse en la lucha y en el conflicto social. Para decirlo directamente: la condición previa de una izquierda política es una izquierda social implicada moral y emocionalmente con las clases subalternas y con las  personas. El tipo de estructura que vayamos construyendo debe dotarse de una dinámica propia más allá de las contiendas electorales y de las agendas construidas por los medios de comunicación. Esto es lo que significa, entre otras cosas, tener realmente un proyecto autónomo y definir un recorrido político y organizativo desde  fundamentos propios.

Se trata de pensar en grande y hacerlo a medio y a largo plazo, prepararse para una larga travesía en el desierto, sabiendo que los plazos no los marcamos nosotros y que nada está dicho de antemano. Las crisis, lo hemos dicho antes, son grandes y poderosos mecanismos para la innovación social y la creatividad de masas: lo que antes parecía imposible en poco tiempo y masivamente se convierte en un hecho histórico capaz de influir decisivamente en las consciencias de las grandes mayorías hasta convertirlas, en positivo, en mutaciones antropológicas de carácter emancipatorio.

Lo sexto, necesitamos un nuevo tipo de militante. La auténtica revolución debe pasar por aquí, por cambiar nuestras prácticas y nuestras tradiciones, unidas casi siempre a un espíritu estrecho de partido, aplicado, con frecuencia, con  sectarismo y hasta con “cainismo” que termina por degradar la vida interna de las organizaciones y la relaciones entre los y las militantes. Maquinas de desmoralización y caldo de cultivo de todo tipo oportunismo.

Para explicarlo con claridad: deberíamos constatar la enorme dificultad que hemos tenido históricamente para combinar un proyecto autónomo, un talante unitario y una actitud no sectaria. En el fondo, estamos obligados a distinguir entre el partido-orgánico  y el partido-institución, es decir, el partido como bloque alternativo, ideológicamente plural y socialmente complejo, unido (idealmente) por su crítica al sistema de poder existente (partido orgánico), con las distintas formas organizativas en que esta pluralidad se concreta históricamente(partido-institución) Deberíamos de aspirar a ser militantes del partido orgánico y no solamente del partido al que le pagamos la cuota. Este es el cambio que debemos hacer cada uno de nosotros y nosotras.

 

Manolo Monereo Pérez.

Madrid, 30 de junio de 2009



[1] El llamado efecto riqueza aparece cuando se incrementa el valor de los activos, independientemente de los ingresos.

[2] Un tipo de derivados que protegen de los riesgos de impago y que son entre 60 o 70 billones de dólares que circulan por todo el sistema financiero internacional.