martes, 30 de octubre de 2012

Murió Txomin Zuloaga. Patriota vasco y comunista



Defenderé
la casa de mi padre.
Contra los lobos,
contra la sequía,
contra la usura,
contra la justicia,
defenderé
la casa
de mi padre.

Me moriré
se perderá mi alma,
se perderá mi prole,
pero la casa de mi padre
seguirá
en pie.
Gabriel Aresti

Llevaba mucho tiempo intentando hablar con él y saber lo que pensaba del mundo y de sus cosas. Como me suele ocurrir últimamente, se murió mi amigo sin poder pasear por las playas que amaba. Me toca ahora acompañarlo por última vez. No será fácil.

Es curioso que hayan sido dos poetas vascos, tres quizás si añado a Unamuno, los que me han enseñado más sobre España. Me refiero a Blas de Otero y Gabriel Aresti. Vascos muy diferentes, es cierto, pero miraban a España de una manera singular, desde un punto de vista que hacían sobresalir rasgos no siempre perceptibles, y lo hacían a su manera, rotunda y clara.

Txomin Ziluaga también me enseñó a mirar a mi país y lo hizo como lo que siempre fue, un patriota vasco, internacionalista y solidario, que luchó por la independencia de su patria. Entre nosotros hubo acuerdos y desacuerdos, pero me ayudó a comprender el carácter plurinacional de este Estado, las pasiones y aspiraciones de los hombres y mujeres de Euskal Herria, la dignidad y la alegría que da la lucha. Fue un militante extremadamente coherente, combatió, sufrió la tortura, pasó una larga temporada en la cárcel y salió de esa experiencia más sabio, más rojo, más abertzale. No se rindió nunca.

Las derrotas también llegaron y las vivió con orgullo y con lucidez. Combinó principios muy sólidos con la modestia de los que saben mucho y vienen a este mundo a dejar la herencia de un trabajo bien hecho y con honradez.

Sus amigos nos quedamos más solos. Izaskun, te queremos.

Manolo Monereo, a 24 de octubre de 2012






lunes, 22 de octubre de 2012

Cataluña, nuevo Estado de Europa. España es culpable


La distinción entre normalidad y excepción me sigue pareciendo clave para entender la etapa histórica que estamos viviendo. El mundo cambia aceleradamente y los esquemas del pasado ayudan poco a entender lo que está ocurriendo. Nada explica mejor esto que las diversas interpretaciones que se están dando en torno a la llamada “cuestión catalana”.

La sucesión de asombros y quejas de tantos intelectuales bien intencionados ante la deriva soberanista catalana dice mucho de una la realidad que se escapa cada vez más de lo, para bien o para mal, pensamos de ella. Resulta que la globalización ponía en cuestión a los Estados nacionales y hay en el mundo más Estados que nunca. Resulta que la Unión Europea marchaba impetuosa hacia el federalismo y que los Estados nacionales progresivamente se “deconstruían” y aseguraban la solución de los viejos y nuevos problemas nacionales, y topamos con la paradoja de que es un viejo Estado nacional, la Alemania unificada, la que hegemoniza y pone en crisis la UE, precisamente porque tiene un diseño competitivo nacional. Resulta que la derecha política catalana, que ha mandado ininterrumpidamente desde la Transición (al final desde siempre) cree llegado el momento de convertir Cataluña en Estado independiente y asegurarse así un lugar en esta Europa en reestructuración, poniendo en crisis al conjunto del Estado español. Las paradojas son muchas y los viejos esquemas no consiguen aprehenderlas.

 No es casualidad. Se trata de hacer de Cataluña un nuevo Estado de Europa, de esta Europa, es decir de la Europa neoliberal, la que se esfuerza sistemáticamente en el desmontaje del Estado social, la empeñada en seguir degradando condiciones de vida y de trabajo para las mayorías sociales, la que, de una y otra forma, liquida la democracia entendida como autogobierno de los ciudadanos y ciudadanas. Todo ello, bajo la hegemonía del Estado nacional alemán. La burguesía catalana, conseguida por fin la hegemonía social y cultural, da ya la batalla en Europa. Tampoco en esto hay casualidades.

 El señor Artur Mas lo explicó con toda claridad en una reciente conferencia dada en Madrid y lo hizo a un modo muy tradicional, comparando Cataluña y su papel en el Estado español con Alemania –no podía ser de otra manera– en la Unión Europea. La dialéctica Norte Sur volvía a ser la clave del discurso. De un lado, el Centro rico, industrializado, culturalmente poderoso. De otro lado el Sur, pobre, subsidiado, pesado fardo que no deja que el centro se desarrolle y encuentre la salida de la crisis. No entro en otras cosas que suelen decirse y que se repiten cuando se habla de Portugal, de Grecia, de España y de Italia, que son simplemente insultos teñidos, muchas veces, de un racismo mal encubierto. 

 Se culpabiliza a un enemigo externo, a España, y nada se dice del poder que determina las políticas que se aplican en el Estado, es decir, la Unión Europea y sus instituciones, sobre todo, el Banco Central Europeo, de cuya sacrosanta independencia la derecha catalana siempre ha sido valedora. Se golpea a un “enemigo” débil y en decadencia y nada se dice de los poderes que están determinando el futuro de esta Europa y de Cataluña: el poder económico, la plutocracia que realmente nos gobierna. Esto también significa una ruptura con el catalanismo popular y la puesta en pie de un proyecto nacionalista que tiene más que ver con Cambó que con Lluís Companys y más que ver con la Padania de Humberto Bossi que con el federalismo democrático de Pi y Margall.

 Cuando, en condiciones de gravísima crisis económica y de enorme sufrimiento de las poblaciones se reabre el debate soberanista, éste no se puede desligar de las políticas que realmente se practican, del conflicto de clases y de los cambios geopolíticos que aceleradamente se están sucediendo en Europa y en el mundo. La mirada tiene que ser cualificada con estos datos porque sino acabaremos enzarzados en una discusión abstracta entre principios jurídicos. El debate sobre el derecho de autodeterminación se tiene que situar, necesariamente, en la realidad concreta de una determinada correlación de fuerzas nacional e internacional.

 ¿Es anecdótico que el gobierno de la derecha catalana haya sido, con mucho, el que con más virulencia ha aplicado los recortes sociales? ¿Es un dato menor que Cataluña fue uno de los lugares en donde el 15M tuvo mayor resonancia y que lo central en él fuesen las cuestiones sociales y ciudadanas ante la queja de los nacionalistas por la ausencia de la cuestión catalana entre sus reivindicaciones? ¿No es relevante que, culpabilizando de los males de Cataluña al resto del Estado español, hayan conseguido desviar el conflicto social y ocultar las políticas de derecha que han aplicado en Cataluña (en alianza con el PP) y a escala estatal apoyando al PP?

 Todas estas cuestiones no son, en absoluto, secundarias si se quiere hacer un análisis del derecho a la autodeterminación desde un punto de vista de clase e internacionalista. Y eso es lo que no se está haciendo, ni en Cataluña ni en España. Los actores son un nacionalismo catalán, claramente hegemonizado por la derecha, y un nacionalismo español, que siempre ha sido de derechas, en vías de volver a emerger como fuerza de masas, defendiendo unos y otros las esencias inmutables de sus “homogéneas” comunidades en medio de una gravísima crisis económico social y cuando Europa se encuentra en una encrucijada histórica. Y en medio, una débil izquierda, internacionalista y solidaria, intentando defender derechos históricos conquistados por los trabajadores, la regeneración de la política y el poder constituyente de la ciudadanía en unas condiciones, en Cataluña y en el Estado, que, para decirlo suavemente, nos condenan a una democracia oligárquica.

 Lo menos que se puede decir es que deberíamos ver con ojos nuevos y limpios viejos debates y sabiendo, como diría el clásico, que la verdad es siempre concreta.

Manolo Monereo
Madrid, 12 de octubre de 2012

sábado, 13 de octubre de 2012

Construyendo la alternativa emancipatoria






1.- De la crisis: ¿la barbarie sin alternativa?

 Sí, la crisis nunca es parálisis; es siempre reestructuración, transformación, modificación de equilibrios económicos y sociales. Es tiempo histórico que se acelera. Lo peor es pensar que la cantidad mutará en calidad por el hecho mismo de la crisis capitalista: nunca ha sido así. Lo subjetivo no es la consecuencia mecánica de lo objetivo: aquel tiene su propia dinámica, su propio desarrollo, sus marcos de posibilidad. La espera a que la crisis radicalice sin más el antagonismo social y que de ahí se derive la salida transformadora o revolucionaria es partir de una concepción economicista y especialmente primitiva de la dialéctica estructura- sobrestructura. El capitalismo no caerá por si solo; siempre hay salidas y es la política la que decide en último término, es decir, la intervención consciente sobre la correlación real de fuerzas. La dinámica de imaginarios sociales, organización, lucha social y propuestas políticas es la que determinará el papel de las clases subalternas en la coyuntura histórica y la orientación de eso que, con cierta ligereza, se llama la salida de la crisis capitalista. Aquí es donde reside el problema (estratégico) más importante, a saber, la desaparición, por parte del imaginario social de las clases trabajadoras, de la creencia en la deseabilidad y factibilidad de una sociedad alternativa al modo de producir, consumir y vivir del capitalismo, es decir, de eso que históricamente las clases subalternas han llamado socialismo. No parece posible, a medio y largo plazo, resistir, luchar y organizarse con una subjetividad bloqueada y desnortada. De ahí, que la reconstrucción del poder social de las clases subalternas tenga un componente político-cultural fundante: organizar un imaginario emancipatorio alternativo a la crisis del capitalismo realmente existente. La disyuntiva “socialismo o barbarie” intentaba, expresivamente, poner de manifiesto la enorme involución civilizatoria que supondría la continuidad de un capitalismo en decadencia ante la imposibilidad de construir una alternativa revolucionaria. Las palabras de Rosa Luxemburgo siguen teniendo hoy la misma fuerza que cuando las pronunció, a pocos días de su asesinato “¡Socialismo o hundimiento en la barbarie!”. La comunista alemana reformulaba con mucha agudeza un conocido, y fundamental, paso del Manifiesto Comunista de Marx y Engels (la imagen de la decadencia del Imperio Romano está muy presente) “lucha (de clases) que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna”. La desaparición del imaginario revolucionario de las clases trabajadoras nos conduce a una situación histórica donde parecería que la crisis civilizatoria del capitalismo senil o en decadencia no tiene alternativa. Con mayor precisión: una barbarie sin otra salida que la previsible autodestrucción de la especie humana. Por esto, no basta solo con propuestas políticas concretas, con atenerse a los problemas de la gente, con la lucha social y la acción colectiva sino somos capaces a la vez de construir creencias, valores, principios que legitimen el compromiso de las personas con la emancipación; tener sólidas razones políticas y morales que justifiquen la crítica al desorden existente y la opción por otro tipo de sociedad y de poder. En este sentido sabemos que las palabras comunismo, socialismo, están para muchas gentes negativamente marcadas. Esto será así durante mucho tiempo y es posible que la sociedad alternativa no se reconozca en esos nombres. Ahora bien, hay que ser prudentes y no dar por definitivamente perdidos imaginarios sociales que han nutrido la memoria histórica de las clases subalternas y que son un formidable problema no resuelto del programa (ahora sí) de la emancipación social. Y más allá, dar por mal terminada una larguísima historia de sufrimientos, de luchas desesperadas y gestas heroicas de masas en los cinco continentes. El socialismo/comunismo implica una historia, una lucha social centenaria y una experiencia real que no puede ser cancelada sin recuperar sus dilemas, sus limitaciones culturales y los enormes desafíos que dejan para los que creemos que el capitalismo debe ser superado y que es posible y necesaria otra sociedad, otra economía y otro poder al servicio de las necesidades de las personas, en armoniosa relación con la naturaleza, de la que irremediablemente somos parte.

 2.- Para caracterizar la fase

 2.1. El mundo está cambiando de base  PINCHA AQUI PARA SEGUIR LEYENDO >>>

domingo, 7 de octubre de 2012

Crisis. Estado de la cuestión. La Unión Europea ¿solución o problema?

Videos de la conferencia organizada por Socialismo 21, en julio de 2012

sábado, 6 de octubre de 2012

Frente Cívico. El retorno del soberano


Siempre me pareció interesante la posibilidad de hacer una encuesta entre la población y preguntarle a las personas quién era  para ellos el soberano de la Constitución Española. Tengo la impresión que una parte muy significativa diría que el soberano es el Rey Juan Carlos.

En la transición se habló mucho de que la democracia era, básicamente, dejar de ser súbditos y convertirnos en ciudadanos. Cabe preguntarse, casi 40 años después de la muerte del dictador, si la ciudadanía de nuestro país cree realmente que la soberanía reside en el pueblo y que la legitimidad democrática del sistema depende de eso.

Hoy la separación entre la clase política y la ciudadanía es enorme y tiende a acentuarse. El soberano, es decir, los ciudadanos y ciudadanas, se sienten impotentes, objeto y no sujeto de su historia y sin ningún poder para cambiar las cosas. Su vida y sus derechos sociales y laborales están en permanente retroceso; sus libertades reales, encogidas, y el futuro, sobre todo para las nuevas generaciones, bloqueado. No es de extrañar que en las grandes manifestaciones de los últimos tiempos, el grito más coreado haya sido, precisamente, el “no nos representan”. Ese “no” va dirigido a los parlamentarios, a las Comunidades Autónomas, a los poderes del Estado, a la Casa Real.

¿Qué hay detrás de todo esto? En primer lugar,  una gravísima crisis económica que está siendo aprovechada para liquidar derechos y conquistas históricas de las y los trabajadores. La Europa que era la “solución” a nuestros males históricos, se convierte cada vez más en un problema, unas instituciones que el sentido común relaciona con políticas de derechas bajo la hegemonía alemana.

En primer lugar, la captura de la clase política por los poderes económicos. Los políticos y la política aparecen en el centro de todas las críticas; ellos son los culpables, pero se deja a un lado que lo son, precisamente, porque no tienen ninguna autonomía frente a los poderes fácticos y porque se subordinan a ellos. Aparece la corrupción pero no los corruptores y se olvida un hecho esencial, que la corrupción ha sido siempre el mecanismo que usan los poderes económicos para mandar.

En tercer lugar, es que vivimos un estado de excepción. ¿En qué consiste? En la suspensión del derecho y en el dominio de los poderes fácticos (económicos y mediáticos), es decir, poderes no elegidos y no responsables democráticamente. La Constitución de 1978 es, cada vez más, algo meramente nominal y funciona solo en los supuestos que no se oponen al dominio de estos poderes. Estamos, en la práctica, ante la transición a un nuevo régimen que denominaríamos de democracia oligárquica, sin el ejercicio del poder constituyente y a espaldas del pueblo, es decir, del soberano.

El Frente Cívico viene a denunciar esto, que se está liquidando un régimen constitucional y que ninguna fuerza política, salvo la actitud crítica de IU, está oponiéndose realmente a ello. Se trata de construir un poder ciudadano que defina democráticamente nuevas reglas, nuevos criterios y nuevos objetivos. A eso se le ha llamado históricamente poder constituyente. La condición previa es la movilización ciudadana y la ruptura con el bipartidismo político (apoyado siempre por la burguesía vasca y catalana, PNV y CiU) piedra angular de todo un sistema que ha entrado definitivamente en crisis.

Para superar la creciente separación entre las instituciones y la ciudadanía, un estado de excepción que se convierte en permanente, no cabe otra opción que devolverle la palabra al pueblo. Hay que generar las condiciones para una gran convergencia política y social que se oponga a la actual involución civilizatoria y que defina un nuevo proyecto histórico para el país. Eso es, muy resumidamente, lo que pretende el Frente Cívico.

Hace apenas unos meses una propuesta así habría sido definida como la enésima locura de Anguita. Hoy los cuerdos no son capaces de entender que vivimos una triple crisis: de régimen, de Estado y de la política en sentido fuerte. Se podría decir que la normalidad nos condena a la catástrofe.

No tenemos todo el tiempo del mundo para cambiar.
Manolo Monereo Pérez

Madrid, 23 de septiembre de 2012