lunes, 16 de noviembre de 2015

Portugal, el segundo ensayo

Celebración de la izquierda de la moción de rechazo al primer ministro de Portugal, Pedro Passos Coelho, el pasado martes, 10 de noviembre. / Miguel A. Lopes (Efe)
Vivimos en la excepción y no en la normalidad. La fase va a estar marcada por la inestabilidad, el conflicto y el cierre en falso de crisis abiertas o por abrir. No es exagerado lo que digo, llevamos así desde el 2007 y muchos observadores avizoran en el horizonte una nueva crisis financiera internacional. ¿Catastrofismo? Para nada. No está escrito en las estrellas que del mal venga garantizado el bien y con ello la redención.
Lo que está pasando en el vecino Portugal es todo menos normalidad. Un presidente de la república que impone un gobierno sabiendo que pronto caerá (como así ha sido) y que lanza una filípica contra la catástrofe geopolítica y hasta cósmica de un gobierno de izquierdas. Un Partido Socialista que, contra todo pronóstico, abre un proceso de negociación con el Bloque de Izquierdas y, sorpresa mayor, con el Partido Comunista. Lo del Bloque parecía previsible pero no probable; en la campaña electoral este partido mostró su disponibilidad para llegar a un acuerdo con las demás fuerzas de izquierda, siempre que hubiese un rechazo claro y nítido a las políticas austericidas de la Troika. Lo del PCP es, por decirlo de alguna manera, singular y, en muchos sentidos, excepcional. El ‘proyecto patriótico e internacionalista’ de los comunistas portugueses le había enfrentado con muchísima dureza al Partido Socialista y, en parte, al Bloque de Izquierdas. ( Continúar leyendo aquí -->)

jueves, 5 de noviembre de 2015

Recuperación regresiva o recuperación progresiva: la necesidad de un nuevo modelo productivo y de poder

Se han hecho muchos análisis para entender el largo ciclo de acumulación capitalista en España desde 1994 al 2007. No hay demasiadas cosas que añadir. Querría fijarme ahora en algunos aspectos que, aunque conocidos, hay que tenerlos en cuenta para el nuevo papel que va a jugar España en la división del trabajo que se está configurando en la Unión Europea y, específicamente, en la zona euro. Los rasgos a los que me voy a referir ya existían en la anterior etapa y, a mi juicio, se agravarán en el futuro. La tesis que se defiende es que la recuperación regresiva que estamos viviendo va a acentuar todas las malformaciones y debilidades estructurales de nuestra economía y que es necesaria una nueva política y un cambio en las relaciones de poder existentes en nuestro país.
Hablar de recuperación regresiva es jugar conscientemente con elementos aparentemente contradictorios; como suele decirse, lo contradictorio está en la realidad y no en los conceptos que empleamos. En el anterior ciclo, desde 1995 al 2007, en el momento de su máximo esplendor, se daban cinco rasgos que, de una u otra manera, siguen presentes en nuestra realidad y que vienen para quedarse:
El enorme crecimiento de las desigualdades sociales, de género y territoriales.
La estabilización de la pobreza en torno a un 20% —hay que subrayarlo— en momentos de crecimiento y de máxima generación de empleo.
La precarización general de las relaciones laborales.
La destrucción sistemática del medio ambiente.
La corrupción como sistema y como requisito estructural del modelo económico vigente.
Todo esto en un entorno general de dependencia económico-financiera y de subalternidad política creciente del Estado español.
Estos cinco rasgos, donde el problema de la deuda privada que deviene en pública va a seguir siendo fundamental, se han agravado con la crisis, pero —y es lo fundamental— configuran ya el tipo de modelo productivo que han ido configurando las políticas de crisis, eso que se ha venido a llamar políticas de austeridad. (Seguir leyendo aquí -->)

domingo, 18 de octubre de 2015

Después de diciembre viene enero:unidad para la alternativa



Para Javier Aguilera Galera
nuestro hombre en ‘La Guita’

En la izquierda, la división es la norma y la excepción la unidad. Por decir estas cosas algunos de nosotros hemos sido duramente criticados y descalificados. Lo que queríamos decir era relativamente simple: hay motivos objetivos y subjetivos para la división; la centralidad es siempre la política, el proyecto, el programa. Cuando, además, la motivación básica es la electoral, la cosa es siempre más difícil. No parece demasiado exagerado, creo.
La alianza Podemos-IU nunca fue fácil. De un lado, Podemos surgió, en un cierto sentido, de IU y rápidamente ocupó su espacio político. Podemos es un embrión de partido, trabajosamente está definiendo una identidad y con enormes dificultades está construyendo una organización sin un equipo dirigente consolidado y articulado. De otro lado, IU vive una situación muy contradictoria. En cierto modo se siente golpeada por la historia en forma de Podemos. Conviven dos modos de enfocar el momento, unos ponen el acento en los errores propios, en las equivocaciones, en los fallos de dirección política, y otros buscan explicaciones autojustificadoras poniendo el acento en el enemigo externo, cosa que siempre funciona bien en una fuerza que se ha construido en la resistencia, y que vive en una travesía de desierto casi permanente.
Podemos e IU tienen que definirse y redefinirse en un ciclo electoral marcado por la crisis del régimen del 78 y por un proyecto restaurador que se acelera. Desde enero, Podemos ha sido enormemente golpeado por los poderes de una casta que expresa una ‘trama’ firmemente empeñada en controlar nuestro futuro colectivo. A ello Podemos ha resistido no demasiado bien. A los conflictos internos embrionarios le ha seguido una pérdida notable de dirección política y de tensión político-organizativa. El discurso fresco, audaz y de oposición de las europeas se ha ido progresivamente desarticulado en el contexto de unas elecciones (andaluzas, autonómicas, municipales, catalanas) que eran las más difíciles para un partido joven y en construcción.
IU se ha encontrado ante una situación que le ha obligado a cambiar de discurso y de estrategia en medio del ciclo electoral. Las elecciones municipales y autonómicas se hicieron en clave identitaria: fueron un fracaso político. Es cierto que los resultados en las municipales ponían de manifiesto que IU sigue siendo una organización sólida, a pesar de la orientación prevaleciente en su dirección. Constatado el fracaso, se puso tarde y mal al frente de la operación a Alberto Garzón, siempre tutelado por la dirección real de IU. El cambió fue sustancial pero, al final, de lo que se trataba era de sobrevivir como organización y hacerlo con dignidad. No era fácil.
En una coyuntura tan compleja como la actual, la metodología unitaria ha sido, desde el principio, inadecuada. No se puso el acento en las dificultades de la negociación, se crearon falsas expectativas y los mecanismos de gestión de los conflictos fueron muy pobres. De hecho, fue un debate entre Alberto y Pablo, que no conocemos bien y al que le faltó política. Se empezó por lo último y se terminó mal. Situar como prioritario el debate sobres listas electorales y la colocación en las mismas no ayudó demasiado. Ahora pagamos las consecuencias.
La unidad, y sobre ello la experiencia histórica es inmensa, resulta casi siempre un proceso complejo, trabajoso y, a veces, duro, muy duro; insisto proceso, es decir, acuerdos, desacuerdos, conflictos, marchas atrás, marchas hacia adelante. La vida misma. Hay muchas formas de unidad: la programática, la electoral, la estratégica. Mas allá de los juegos florales en torno a la nueva o la vieja política, la unidad electoral era, aquí y ahora, la más difícil, partiendo de la realidad objetiva de lo que hoy es Podemos y lo que hoy es IU. Ser realista no es pedir lo imposible sino hacer posible lo que hoy parece imposible y eso significa una dirección política capaz y cohesionada y objetivos políticos claros.
Hemos discutido mucho de la unidad popular y del partido orgánico. Ha sido, hoy se ve con claridad, un debate abstracto, mala teoría en su sentido más genuino, a saber, guía para la acción práctica que tiene como objetivo la transformación de la sociedad, sabiendo, hay que subrayarlo, que la historia avanza a saltos, combinando períodos de normalidad y de excepción. Lo peor de esta coyuntura político-social es que llegamos a ella con un potencial subjetivo débil, con una dirección política inexperta y sin un proyecto alternativo a la altura de los tiempos, con apoyos orgánicos nada firmes y una movilización menguante. El tiempo transcurrido no ha mejorado la situación, corriéndose el riesgo, cada vez más evidente, de que los que mandan y no se presentan a las elecciones nos impongan una nueva transición/restauración oligárquica en nuestro país. Esta cuestión era y es la decisiva. Debería haber sido el centro del debate.
¿Había otra alternativa? Siempre la hubo y la sigue habiendo hoy. Primero, reconocimiento mutuo, como fuerzas aliadas en el objetivo común de avanzar hacia la ruptura democrática en nuestro país. Segundo, situar la política en el eje de la discusión y que el debate fuese más allá de las propias organizaciones. Esto significa tener un análisis consensuado y una propuesta política-programática, en la medida de lo posible, unitaria. Tercero, la unidad electoral no es la única posible; nuestro sistema electoral, es cierto, requiere acuerdos entre las fuerzas políticas alternativas; muchas veces, las más, la unidad suma y hasta multiplica; esto es verdad, pero no es siempre posible. Unidad de acción, acuerdos programáticos e iniciativas comunes podían ser posibles sin necesidad de ir juntos en una misma plancha electoral. Se dirá que estas son propuestas ilusorias. No lo creo, ejemplo: IU y Podemos irán juntas en Cataluña y Galicia y en las demás parte del Estado separadas: ¿Son elecciones normales para la izquierda?.
Ahora hay que gestionar la derrota de la unidad, es decir, de las percepciones creadas y ahora defraudadas. Los unitarios de cada lado son los que pierden y los ‘duros’ los que vencen. Lo que viene, si no se sabe evitar, va a ser complicado: una guerra cainita entre dos formaciones políticas en un espacio político electoral que amenaza con disminuir y que puede hacerlo aún más. El ‘enemigo’ será el más próximo y, mientras, la recomposición de las fuerzas del sistema avanza aceleradamente y las organizaciones alternativas pierden fuerza y capacidad para actuar como sujeto político autónomo. Todo el poder para las élites económicas, políticas y mediáticas: una crisis que comenzó por abajo y por la izquierda pasa ahora a ser reconducida, dirigida, por arriba y hacía la derecha.
Después de diciembre, llegará enero. Todos sabemos que lo que pase en enero estará muy marcado por los resultados electorales. Sabemos una cosa con certeza: nada será igual como antes, la anormalidad seguirá siendo la norma y todo, todas y todos, serán cuestionados. En el centro el ‘Partido orgánico’: iniciar los pasos hacia la creación de una gran fuerza demócrata-socialista, republicana, ecofeminista, con voluntad del gobierno y de poder. El futuro se construye hoy.
Publicado en Cuarto Poder

Ya está en la librerías: Por un nuevo proyecto de país

¿Qué país queremos construir? ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Qué obstáculos encontraremos en el camino? Manolo Monereo y Héctor Illueca abordan en este libro una serie de cuestiones de capital importancia en la actual coyuntura histórica. Con implacable lucidez, los autores argumentan que los poderosos han capturado al Estado y lo han puesto a su servicio, erigiendo una trama compacta y sin fisuras de poder económico, mediático y político, en complicidad con el establishment alemán y perfectamente articulada en el proceso de construcción europea.


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Entrevista

lunes, 12 de octubre de 2015

Después de las elecciones en Cataluña, necesitamos un nuevo proyecto de país

¿Estamos interiorizando la derrota? Creo que sí. Las señales empiezan a estar ahí. Parecería que la única lección que se saca de las elecciones catalanas es el fracaso de Catalunya sí que es pot, derivadamente, de Podemos y, más allá, de Pablo Iglesias. Si el primer intento serio de unidad es percibido como derrota, si no se explica bien, lo que viene después es conocido, la lucha, el combate por la unidad ya no tendría sentido y que cada cual debería buscarse su propio nicho electoral, aunque sea a costa de un conflicto muy serio en un mismo bloque político- social .

Asombra el coyunturalismo y el electoralismo ciego. Hay diversas maneras de entender e interpretar los resultados de las elecciones en Cataluña. Yo no lo voy a hacer ahora, tiempo habrá. Solo prestar atención en sus consecuencias para el conjunto de

l Estado, entre otras cosas, porque si algo dice la experiencia de estos últimos años es que las percepciones, los marcos y los análisis son cada vez más diferenciados en uno o en el otro lado del Ebro. Creo que es posible un acuerdo de carácter general: eran las elecciones más difíciles para la izquierda transformadora y alternativa. Se pagan facturas viejas y nuevas; la fundamental, la carencia de un proyecto alternativo de país. Se ha intentado durante la campaña y se vio, casi desde el principio, que el asunto no funcionaba; meter el eje de clase, del conflicto social en una campaña convertida en un plebiscito entre el sí y el no a la independencia, era muy difícil y los resultados así lo prueban.

Es seguro que, tanto la dirección de Catalunya sí que es pot como la de Podemos, eran plenamente conscientes de que ésta era la gran dificultad a vencer. Hay que reconocer la derrota, discutir a fondo sus causas, los errores cometidos y, sobre todo, rectificar la línea principal, a saber: no ser como ellos, diferenciarse y hacer una propuesta comprensible para la mayoría de la sociedad. Las victorias van, casi siempre, precedidas de derrotas y sabemos perfectamente que las únicas batallas que se pierden son las que no se dan. Las elecciones catalanas deberían de dar para mucho y no quedarse en el puro y simple partidismo de los que siempre están dispuestos a aprovechar la valoración de unos resultados electorales para justificar el sectarismo y la prepotencia.

Se está olvidando lo fundamental, que podría plantearse del siguiente modo: las elecciones en Cataluña, ¿favorecen la restauración o contribuyen a la ruptura? Este debería ser el criterio básico de evaluación. La resultante es contradictoria y con su punto de ambigüedad. Es cierto que la crisis del régimen se acentúa y que la llamada “cuestión catalana” va a estar ahí como problema real durante mucho tiempo. También parece evidente que el anunciado avance electoral de Ciudadanos nos dice que el régimen ha sabido fabricar una fuerza de recambio y que ya existe una derecha alternativa al PP, que le disputará el centro al PSOE; el partido de Pedro Sánchez no se hunde y, lo fundamental para ellos, sigue por delante de Podemos. Analistas de diverso signo han puesto el acento en la profunda y duradera fractura de la sociedad catalana; visto desde la distancia -que como antes se dijo es algo más que espacio- lo sobresaliente sería que por primera vez el voto despectivamente llamado “españolista” no solo se moviliza en una elecciones autonómicas sino que se organiza como alternativa política al independentismo. Lo que se daba de forma fragmentaria y difusa en la sociedad, se traduce en voto y se hace política.

Hace unos meses argumentábamos que la crisis del bipartidismo era una de las varias expresiones de la crisis del régimen. No nos equivocábamos. Con Ciudadanos la cosa cambia, desde el propio régimen, desde los poderes reales, se fabrica y organiza la expansión de una fuerza política “nueva”, “joven” y “moderna” capaz de construir una nueva centralidad en la política española desde un programa de “renovación” neoliberal de verdad, es decir, conducir la enésima y penúltima restauración monárquica en España. El triunfo sería realmente histórico: cerrar por arriba y por la derecha una crisis de régimen que empezó por abajo y por la izquierda.

Cuando se dice que Sí que es pot y Podemos han fracasado, lo que se está diciendo realmente es que se está construyendo una correlación de fuerzas contra el cambio y que la transformación está siendo sustituida por el transformismo, es decir, por una operación política dirigida y organizada por la trama económica, mediática y financiera dominante. Esto es lo que debería preocuparnos. Llevamos tiempo discutiendo de listas, de coaliciones, con un movimiento social estancado y sin perspectivas, sin un proyecto de país alternativo y sin responder eficazmente a los envites del poder. Llevamos meses a la defensiva, con un goteo de malas noticias y con la experiencia de Grecia pisándonos los talones. Ahora no sabemos demasiado bien si lo que estamos vistiendo es la unidad o a quién culpabilizar de la división. En medio, las gentes que siguen aspirando a una sociedad más justa e igualitaria, a construir un futuro para todos y, especialmente, para los jóvenes condenados a la precariedad, a salarios de pobreza, a la inseguridad permanente y a la emigración.

¿Esto qué significa? Que los de abajo, los hombres y mujeres comunes viven ya con el miedo en el cuerpo. Cuando no hay salida colectiva, el sálvese quien pueda se impone. La restauración en ciernes puede ganar y duraderamente. Es esto lo que hoy está en juego en nuestro país. Hay un “plan B” de las fuerzas del régimen que se está cociendo a fuego lento y discutiéndose en las covachuelas del poder. Ese plan tiene dos ejes claves, modificar el sistema electoral en un sentido aún más mayoritario y reformar la Constitución orientándola hacia la recentralización político-administrativa, el autoritarismo social y la defensa de las políticas que vienen de la Unión Europea, es decir, poner fin a los elementos progresivos de la Constitución vigente y constitucionalizar formalmente la nueva correlación de fuerzas organizada por las clases dominantes. Ciudadanos podría convertirse en el eje de la transformación política en el país; aparentemente, combatiendo a la casta, a la partidocracia y a la corrupción y, en la práctica, realizando la otra “revolución pendiente”: el neoliberalismo hasta el final en íntima alianza con la troika.

Hemos hablado mucho de gobierno de coalición PP-PSOE. Con el avance de Ciudadanos la perspectiva cambia; estos pueden gobernar tanto a derecha como a izquierda, aliándose bien con el PP, bien con el PSOE, convirtiéndose en la nueva centralidad política del país. De ahí la enorme importancia de la reforma de la Constitución con el objetivo explícito de adaptarla a la UE que, en lo concreto, significa aceptar el papel periférico y subalterno que se está imponiendo en la Europa alemana del euro. Para que se me entienda con claridad: un país dependiente, un protectorado como España, no puede tener un Estado social digno de ese nombre, no puede tener derechos sociales y sindicales avanzados y libertades reales para las mayorías sociales.


Ahora que nos estamos jugando la unidad y que se empieza a interiorizar la derrota, deberíamos volver a la política en grande y combatir a los que, de nuevo, quieren imponer el partidismo estrecho y el sectarismo de siempre. Ahora más que nunca, hay que hacer política, cerrar lo antes posible los debates de las listas y situar en el centro los problemas de nuestras gentes. Tenemos dos meses para recuperarnos. El “sí se puede” que gritamos cada vez que nos juntamos sigue teniendo pueblo y ciudadanía detrás. Hace falta un proyecto claro y diferenciado que diga quienes son los enemigos y cómo combatirlos; que denuncie con precisión lo que significa el programa restaurador neoliberal en curso y que defienda un proyecto de país alternativo.   

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Tsipras: la normalización


Grecia ya es un país normal. Las elecciones han sido las normales. La campaña ha sido la normal, sin injerencias externas; las pocas, favorables. El clima político, el normal, una mezcla contradictoria, entre la resignación y el “no ha podido ser”. La abstención, la normal, es decir, creciendo y mucho, no es bueno que la política provoque pasiones —los terribles populismos, tan dañinos para la estabilidad—, esta debe ser razonablemente aburrida y lejana. No ha habido polarización real, solo lucha por la alternancia entre la buena derecha y, ahora, la buena izquierda. Los medios han jugado a lo normal, escorándose a la derecha, pero sabedores —las encuestas estaban ahí— de que Tsipras podía volver a ganar; sin pasarse, pues; lo más neutrales posible. Todo normal, Grecia, gracias a Tsipras, ha sido normalizada y los griegos han aceptado la derrota como inevitable, al menos, por ahora.
¿Qué se elegía realmente en estas elecciones? Quién y cómo se iba a gestionar el programa de la troika, porque de eso se trataba y de eso se trata. Los hombres de negro hace tiempo que volvieron a Grecia y tienen acceso directo a las estadísticas públicas. Como comisarios políticos que son de la troika, tienen que discutir con los funcionarios griegos, cada punto, cada ley, cada decreto administrativo, cada resolución. La Grecia normalizada, la Grecia domesticada, va a aplicar ahora, democráticamente legitimado, el programa dictado por los enemigos del pueblo griego.
Algunos me han criticado por hablar de transformismo al referirme a Tsipras. Ahora, con su gloriosa victoria, se ve con claridad lo que realmente significa el término que tan profusamente emplearon los padres de la ciencia política italiana y que Antonio Gramsci hizo suyo: los enemigos de la troika, los mismos que ganaron credibilidad y prestigio enfrentándose a ella, aplicarán ahora su programa, un programa que Syriza calificaba, no hace mucho tiempo, de austericida. Se trata de una victoria completa de los que mandan hoy en Europa, en íntima y natural alianza con la oligarquía de ese país. Es hegemonía de la buena, de la que crea consenso, de la que dura en el tiempo: hegemonía acorazada de coerción.
Ahora todo el mundo es de Tsipras, la normalidad nos acecha. Cuando se habla del realismo de Tsipras, de su pragmatismo, hasta de su valentía por aceptar la realidad tal como es, es decir, inmodificable, inmutable, incambiable, se olvida que todo el enorme capital político acumulado por Syriza se hizo defendiendo un proyecto que tenía en su centro la reivindicación de la soberanía popular, la salida urgente de la austeridad y el respeto por los derechos sociales de las mayorías. Con este proyecto, con un líder joven con fama de sincero y con una movilización social imponente, Syriza derrotó a la derecha y aniquiló al Pasok. Cuando se mira sólo el final de la película y se intentan sacar lecciones de la experiencia griega, no se debería olvidar que los pragmáticos de hoy fueron antes irrealistas, utópicos y, sobre todo, rebeldes que no aceptaron las reglas del bipartidismo dominante; que hicieron de la insubordinación moral y política un poderoso instrumento contra una casta que vendía el país al por mayor, que, en definitiva, construyeron la esperanza de un pueblo y reconciliaron la democracia con la justicia, con los derechos de las mayorías, con la soberanía del país. Hoy, esta fuerza política ha sido normalizada, domesticada y convertida en la mano izquierda de los que mandan y no se presentan a las elecciones.
François Hollande lo ha dicho con mucha claridad, la victoria de Tsipras tendrá una gran influencia en la izquierda europea. Claro que sí, en esto tampoco se equivoca el también pragmático y realista presidente francés. El mensaje es claro y la Grecia normalizada lo prueba: no son posibles programas de izquierda en esta Europa alemana del euro. Lo que realmente tienen que hacer las poblaciones y una clase política responsable es defender propuestas compatibles con Bruselas, con las sabias y ponderadas propuestas de la incomprendida troika y, más allá, de la buena señora Merkel. Si no es así, si siguen apostando irresponsablemente por los populismos, serán penalizadas, serán castigadas, después de un largo proceso de criminalización y de desprecio.
Este mensaje es de masas. Estará en el centro de nuestras próximas elecciones. Un conocido dirigente de la izquierda española ha dicho, hace pocos días, que estas cosas ocurren porque se hacen propuestas que no se pueden realizar, propuestas irrealistas, inaplicables dada la correlación de fuerzas. La consecuencia lógica de esto es también clara y distinta: hay que hacer programas compatibles con la troika o que al menos respeten sus “líneas rojas”, solo esos se pueden realizar. Esto tiene, al menos, dos problemas: 1) que el capitalismo monopolista-financiero dominante —la troika es su expresión política— exige, en su normal y cotidiano funcionamiento hoy, sacrificios humanos en derechos, en libertades, en condiciones de vida y de trabajo, incompatibles con cualquier tipo de reformismo fuerte o débil; 2) que en España existe ya un partido capaz de realizar estos gloriosos y realistas cometidos sin necesidad de grandes mutaciones ni de grandes esfuerzos programáticos o de imagen: el Partido Socialista Obrero Español.
Los que están de vuelta sin haber ido a parte alguna empiezan a defender aquello de que al final nada pasará y que los que mandan lo seguirán haciendo sin grandes complicaciones. La vida es lucha y lo de Grecia nos dice que nuestras clases dirigentes tienen mucho poder. Se puede continuar con aquello de quien construye en el pueblo construye sobre el barro y que no hay más cera que la que arde. Cambiar la sociedad en un sentido democrático e igualitario nunca fue fácil. Algunos venimos de una tradición que partía de una afirmación audaz: conocer el mundo para transformarlo. Ese mundo, la realidad, era contradictoria, contenía pliegues diversos y muchas veces antagónicos. La “realidad de lo real” no es única y apunta a varias direcciones posibles. Hay realistas irreales, por así decirlo, y realistas reales. Bertolt Brecht, en el Me-ti, llamó a estos últimos dialécticos. Una cosa es segura: la normalidad de nuestros “realistas” nos mata.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Una España federal-republicana en una Europa democrática y pacífica


Discutir con un compañero como Ferrán Gallego (FG) es siempre una oportunidad para ir más allá de la“política politicista”, de la respuesta coyuntural a una agenda casi siempre marcada por el adversario, de un día a día que absorbe las mejores energías y que carcome el discurso alternativo, en definitiva, una invitación para pensar en grande. Esto obliga a situarse bien en la fase concreta, sin olvidar el ciclo largo de una historia que no comenzó ayer y que nos marca y nos marcará definitivamente durante décadas. No se debe olvidar que FG, es, sobre todo, un historiador competente, especialista, entre otras muchas cosas, en los diversos fascismos y en los varios populismos conocidos, desde su temprana tesis doctoral sobre los militares de izquierda en Bolivia.
Hablo de discutir, de discurrir con un compañero con el que creo estar de acuerdo en cosas sustanciales del presente, de nuestro presente colectivo como país y pueblo. Quisiera discutir sobre varios asuntos: a) la Grecia de Syriza; b) la naturaleza de la Unión Europea; c) el Estado alemán; y d) la vieja y nueva cuestión del Estado-Nación, ligada a la soberanía popular y a la democracia republicana.
Lo de Grecia duele y seguirá doliendo, es más, me temo que veremos cosas peores muy pronto. FG señala el centro del asunto: aceptar que hay un limite sistémico que los Estados, los pueblos, no pueden superar, es decir, interiorizar, convertir en política que la soberanía popular y la independencia nacional tiene que someterse a la dictadura de los acreedores organizados por los poderes de la Unión y garantizados por la “gran Coalición” que gobierna el Estado alemán. FG dice también en esto lo que hay que decir: una cosa es ser derrotado y otra cosa muy diferente es asumirlo y, sobre todo, hacer la política del adversario, del enemigo de clase.
Aquí conviene hacer una pequeña nota. Para justificar lo injustificable, a mi juicio, se suele decir que Tsipras está ganando tiempo, está creando condiciones, por así decirlo, para una superación futura de la derrota. Se subestima, en primer lugar, que el gobierno griego está aplicando un nuevo memorándum: ¿eso qué significa? Que están privatizando los sectores más significativos del patrimonio público, demoliendo lo que queda del Estado social, desregulando hasta el final los derechos laborales y sindicales, desintegrando la sociedad y liquidando las instituciones básicas del gobierno. Para decirlo de otro modo: están realizando el programa neoliberal. Esto es decisivo, la clave de este programa −que le hace materialmente (contra) revolucionario− es su voluntad de permanencia, en un sentido preciso: que los gobiernos que vengan detrás nunca puedan cambiar el modelo creado.
El otro asunto, en segundo lugar, es que el partido Syriza en este proceso habrá cambiado de naturaleza. Creo que el partido de Tsipras ganará las elecciones y que la Unidad Popular no sacará un resultado demasiado brillante. Esta es la gran victoria de los que mandan: matar la esperanza, obligar a escoger entre lo malo y lo peor, convertir la democracia en un juego con las cartas marcadas, desligar la política de la transformación social. Todo ganancias, pues.
FG señala un dato que nos va a servir de “hilo rojo” en este escrito, la clave de lo que fue el efecto Syriza, volver a situar en el centro de la vida pública la soberanía popular, el Estado nacional y la democracia en un sentido fuerte, entendida como elección entre modelos de sociedad y organización del poder. No fue poco, de ahí que la capitulación de Tsipras haya tenido consecuencias tan negativas; de ahí, también, que la victoria para los poderosos haya sido tan importante, tan decisiva, mandando una aviso claro y rotundo: los hombres y mujeres, la ciudadanía, nada vale, nada cuenta, frente al poder real de los bancos, de los acreedores, de los Estados ricos, de Alemania. La desmoralización organizada y programada.
La “cuestión alemana” y la naturaleza de la UE van de la mano. Aquí tampoco se equivoca FG. Lo que hay detrás del proceso de integración no es otra cosa que “la destrucción de la soberanía popular y la demolición de los Estados”. Aquí aparece, nuestro historiador lo sabe muy bien, lo que ha sido una de las últimas trincheras de la socialdemocracia, el llamado y nunca bien concretado federalismo europeo. La ideología europeísta tiene aquí su fundamento básico: construir paso a paso, de crisis en crisis, un espacio económico, político y cultural que nos conduzca a los Estados Unidos de Europa. Cada tratado, cada directiva o resolución que ceda soberanía de los Estados a ‘Europa’ es vista como una señal en la buena dirección, un avance en el necesario e irreversible camino de la Unidad. Poco importa que dicho proceso se haga fortaleciendo el poder de organismos e instituciones esencialmente no democráticas. Tampoco parece demasiado relevante que los principios neoliberales y sus políticas sean constitucionalizados, que el Estado social sea sistemáticamente demolido y que la UE se rompa entre un centro cada vez más poderoso y una periferia sur económicamente dependiente y políticamente subalterna, devenida progresivamente en protectorado; son, se insiste una y otra vez, los costes necesarios que hay que pagar por la unidad europea.
Ferrán Gallego, afirma con todo claridad que “La cacareada ‘nueva soberanía’ desplegada hacia arriba, hacia la constitución de una sola representación de un solo pueblo europeo en instituciones transnacionales es un fraude, cuya mezquina y decidida voluntad ha sido siempre la de destruir los espacios políticos que podían ofrecer márgenes de maniobra para la protección de los derechos sociales y para la obtención de espacios de movilización y representación de los sectores subalternos”. Lo que hay en el trasfondo, él lo sabe muy bien, es una viejo proyecto de Von Hayek: impulsar una variante del “federalismo económico” que sustraiga a la soberanía popular, a la ciudadanía democráticamente organizada, el control sobre la política fiscal y monetaria, impida la regulación del mercado y prohíba la intervención directa del Estado en el conjunto de la actividad económica y empresarial.
El otro lado de la cuestión es también evidente: impedir el ‘Leviatán’ de los Estados Unidos de Europa, es decir, de un súper Estado que pueda ser “politizado” por las poblaciones y caer en la tentación de las democracias plebeyas de controlar con mano firme la economía. Lo que se construye realmente es un ‘federalismo económico’ fuertemente autoritario, políticamente centralizador, al servicio de los poderes económicos. Lo nuevo es que las durísimas políticas de austeridad y la cuestión griega lo han hecho visible para las mayorías, especialmente, las de la periferia sur.
El tema central sigue siendo el Estado alemán. Casi todo el mundo lo sabe ya: la señora Merkel −al frente de la Gran Coalición de democristianos y socialdemócratas− es la que realmente manda en la Unión Europea. La desestructuración de los Estados europeos, la planificada demolición de la soberanía popular tiene, al menos, una excepción, el país germano. Es la gran paradoja del “federalismo” realmente existente: la UE se está organizando como sistema de poder y dominio en torno a un Estado nacional que tiene definida una estrategia de desarrollo económico neo mercantilista y deflacionario basada en el dumping social y en un nacionalismo exportador. De ahí que cada vez que se demanda “más Europa” lo que realmente se consigue es un control cada vez más fuerte de la poderosa Alemania, mayor poder para los grupos económico financieros dominantes y menos peso de la política entendida como autogobierno democrático, sin olvidar, que todo esto va unido a una creciente subalternidad a los dictados imperiales del ‘amigo’ norteamericano.
FG apuesta en tiempos como los presentes por construir “una nueva subjetividad de resistencia y transformación”, un sujeto político democrático-popular en torno a la defensa del Estado republicano y federal. No es poca cosa. Estoy convencido, como él, que el tipo de integración europea que representa la UE es un instrumento de expropiación, de acumulación por expolio, de derechos y libertades de los pueblos y de los Estados, un mecanismo político e institucional que tiene como objetivo liquidar las conquistas históricas del movimiento obrero organizado, forjadas, nunca se debe de olvidar, en más de un siglo de cruentas luchas sociales, de guerras y de enorme sufrimientos de las y de los de abajo. La Unión Europea, insisto, este tipo concreto e históricamente determinado de integración europea que se presenta totalitariamente como la única posible y por tanto irreversible, se está convirtiendo en el mayor enemigo de una Europa verdaderamente democrática, pacífica y autónoma. La Europa europea, por así decirlo, es la vieja intuición de De Gaulle, solo será posible si se basa en los derechos sociales, la soberanía popular y la independencia nacional. La pregunta hay que formularla: ¿por qué una UE aparentemente fuerte, unida, integrada, es cada vez más subalterna de los EEUU?
Para terminar, un asunto de mucha actualidad y que da muchas pistas sobre las ideas de fondo que FG defiende y propone. El enorme auge del independentismo catalán tendría que ver, entre otras causas, con el desamparo, la inseguridad, el retroceso social que las personas reales y concretas están sufriendo, privadas de instrumentos de protección política, de defensa ante la enorme agresión de los poderes económicos y financieros que de nuevo exigen sacrificios humanos. Dotarse de Estado, en este sentido, interpreto, sería una respuesta, con los “materiales histórico-sociales disponibles” (nacionalismo catalán e inexistencia de un proyecto nacional-popular alternativo), a la crisis político-cultural de nuestras sociedades. Me viene a la memoria el Karl Polanyi de la “La Gran Transformación” y las duras, durísimas, experiencias de la historia europea cuando el capital −el “mercado autorregulado” en su terminología− intenta, una vez más, dirigir y colonizar nuestra vidas. Hay que seguir discutiendo.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Mélenchon contra Merkel: el Estado alemán viene para mandar

merkel_estado_aleman
La canciller alemana, Angela Merkel, en una imagen de archivo. / Efe
Para Moreno Pasquinelli
“Si la Unión Europea es incapaz de ayudar  a
los países de una manera verdaderamente
colegiada y asociativa, debería proceder a
desmantelar la inviable unión monetaria y
empezar un nuevo proceso de integración
más creíble”. Oskar Lafontaine, 2015.


En unos días, la editorial El Viejo Topo publicará el polémico ensayo de Jean Luc Mélenchon ‘El arenque de Bismarck (El veneno alemán)’. El conocido dirigente de la izquierda francesa no tiene ningún problema en denominarlo panfleto, tampoco oculta la motivación última del mismo: denunciar el “tratamiento” que la Troika, en general, y Alemania, en particular, están aplicando a la Grecia de Syriza. Hoy sabemos que las cosas han ido a peor y que los poderes de la Unión consiguieron que Tsipras capitulara. Una tragedia, no solo griega.
La indignación ha dado paso a una rabia contenida y pareciera, esperemos, que se abre paso una crítica más de fondo de este sistema de dominación que ha devenido la Europa alemana. Poner fin, en definitiva, a un debate prohibido que impide discutir a fondo sobre la Unión Europea (su naturaleza política y de clase; su papel geopolítico o sus relaciones con los EEUU, OTAN mediante) y sobre el papel del Estado alemán. Ambas cosas están íntimamente unidas y ya no se pueden separar.
Quizás merecería la pena resaltar, antes de continuar, que el ensayo-panfleto de Mélenchon cabe enmarcarlo en una discusión más amplia, especialmente rica y estimulante, que se ha venido dando en la ‘decadente’ Francia desde hace años. Los nombre son conocidos, Chevènement, Sapir, Cassen, Lordon, Todd,… todos ellos, desde sus diferencias, se caracterizan por una crítica seria y cada vez más argumentada contra la Unión Europea, desde la defensa del Estado nacional republicano y, más allá, por la impugnación del proyecto globalitario que tiene en su centro el dominio imperial de los EEUU.
El panfleto-ensayo de Mélenchon tiene un objetivo claro, presentar la “otra cara” de un país que los medios no quieren difundir, intentado mostrar que el tan nombrado “modelo alemán” no tiene nada de envidiable; que oculta una sociedad envejecida, crecientemente marcada por las desigualdades sociales; unas relaciones laborales y sindicales cada vez más degradadas, donde la precariedad se generaliza y los salarios se reducen para una parte significativa de la fuerza de trabajo; el deterioro ecológico-social crece, con un insano y contaminante sistema agro-alimentario, férreamente controlado por las grandes empresas de distribución de bajo costo y el dominio, tradicional en la historia alemana, de la industria química; todo ello, al servicio de un patrón de crecimiento basado, lo ha denominado así Lafontaine, en un nacionalismo exportador, desde una explícita estrategia neo-mercantilista.
No se trata, aquí y ahora, de comentar los diversos aspectos del ensayo-panfleto que el socialista francés va enhebrando en su lúcida crítica de la Alemania de Merkel; tan solo, poner el acento en aquellos datos, que, de una u otra forma, tienen que ver con el modo en que el país teutón ejerce su dominio en la UE y que explican el contenido último de sus políticas. Mélenchon destaca, creo que es el centro de su escrito, en la reunificación alemana y en lo que él llama el “método” de anexión, lo que pudiéramos llamar los antecedentes necesarios para entender cómo y para quién manda Alemania.
Lo primero que hay que señalar es que el Estado alemán, su clase política, sus gobernantes de ayer y de hoy –son prácticamente los mismos– saben muy bien qué significa aplicar en lo concreto y real la unión monetaria y económica a un territorio desigual, más débil y diferenciado: me refiero a la antigua República Democrática Alemana. El asunto es conocido y la palabra anexión explica con bastante precisión lo ocurrido. Un entero país, una sociedad, una economía y una cultura fueron destruidas, por así decirlo, en un abrir y cerrar de ojos. La ‘doctrina del shock’ fue sistemáticamente aplicada: privatizaciones, cierre de empresas, entrega de latifundios, puesta en venta del patrimonio público y ‘limpieza política’ de las instituciones y aparatos del Estado, empezando por las universidades. Las consecuencias: paro, emigración, incremento brutal de las desigualdades y degradación de los derechos sociales y laborales, especialmente para las mujeres.
¿Los beneficiarios? las grandes empresas financieras y las grandes corporaciones industriales que, de pronto, se encontraron con 16 nuevos millones de consumidores, una mano de obra cualifica y disciplinada, y, lo que fue más importante, heredaron un amplio conjunto de contactos, redes y relaciones que las empresas de la RDA tenían con el antiguo campo socialista. No se debe olvidar que la ‘otra’ Alemania exportaba la mitad de su producto y que era, con mucho, el país más desarrollado de ese mundo. La ‘colonización’ del centro y del este de Europa comenzó con la anexión y, como dice Mélenchon, fue el descubrimiento de un ‘método’.

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Cubierta del libro de Mélenchon en su edición francesa.
Como suele ocurrir, el incremento sustancial de los beneficios de las grandes empresas tuvo un coste económico, social y territorial enorme, que fue pronto ‘socializado’ por y desde el Estado. Las cifras varían. Se calcula que la ‘operación anexión’ costó al erario público en torno a 2 billones de euros y, lo que es peor, 25 años después las heridas causadas aún siguen abiertas y una parte importante de la población de la ‘otra’ Alemania continúa sin sentirse incluida en una común patria. Efectivamente, las clases dirigentes germanas sí saben lo que significa la unión económica y monetaria con un territorio más atrasado y débil; también saben su enorme costo. Ahora no está dispuesta a pagarlo con los países del sur, con los países orientales de la UE.
Hoy se olvida, pero la todopoderosa Alemania, felizmente reunificada e integrada en la OTAN, fue durante años ‘la enferma’ de Europa, incumplió sistemáticamente los criterios de convergencia aprobados en Maastricht y favoreció el laxismo monetario del BCE, por intereses propios, que ayudó a cebar las burbujas financiero-inmobiliarias de Grecia, España e Irlanda. El gobierno de Tsipras habría necesitado tanta compresión, tanta prudencia como sus homólogos germanos. La ley nunca es igual para todos cuando hay por medios poderes y Estados desiguales, cuando quien manda ha construido unas reglas de juego que siempre le benefician.
Hay momentos en que los poderes necesitan urgentemente un socialdemócrata audaz, valiente, que no le tiemble el pulso ante los sindicatos, que desafíe a sus bases partidarias y que haga lo que la pusilánime derecha no se atrevió a realizar, precisamente, porque este político de altura casi siempre lo impedía desde la oposición. Ya se sabe, los programas están para no ser cumplidos y las promesas se las lleva el viento de la responsabilidad: los que mandan, mandan, y lo mejor es no oponerse y encabezar la manifestación. Ese hombre apareció: Gerhard Schröder. Su propuesta: la ‘Agenda 2010’.
Es necesario entender bien este paso en el razonamiento que articula Mélenchon. La ‘Agenda 2010’ hay que verla como una estrategia de las clases dirigentes alemanas para organizar su modelo de crecimiento en torno a las exportaciones. Para eso era necesaria una devaluación salarial sustancial, reduciendo el papel de los sindicatos y debilitando la capacidad contractual de los trabajadores. La anexión ayudó mucho a este objetivo y justificó la necesidad de (contra) reformas estructurales. La cuestión es conocida y durante años el crecimiento alemán se basó en la represión salarial, la reducción de las prestaciones sociales y el debilitamiento del Estado social. La precariedad laboral fue fomentada desde el propio poder y, como antes se indicó, las desigualdades sociales y la pobreza se incrementaron. Alemania practicaba el dumping social para impulsar aún más la competitividad de su economía.
Cuando la señora Merkel habla de que ellos ya hicieron los deberes se refiere a esto, convertir la devaluación salarial en un mecanismo de ajuste permanente que compense las diferencias de productividad entre las desiguales economías. El problema que la dirigente alemana no dice es que el modelo alemán solo es aplicable cuando lo realiza el Estado económicamente relevante; cuando todos lo hacen a la vez, el modelo no funciona. En lo concreto, la estrategia neomercantilista aplicada se basa en ‘arruinar al vecino’ y es incompatible con cualquier proceso de integración supranacional. Nada explica mejor esto, como la crisis ha puesto de manifiesto, que un conjunto de políticas realizadas haya provocado la consolidación de un centro cada vez más rico y poderoso especializado en exportar mercancías e importar capitales y una periferia importadora y crecientemente deudora.
Se puede ver que utilizo con mucha frecuencia el término Estado alemán. Lo que quiero subrayar con esto es que existe un Estado, el alemán, que expresa una matriz de poder y de clase, que organiza unas determinadas políticas de alianzas sociales internas que, por ejemplo, hace que hoy gobiernen socialdemócratas y democristianos y que una parte considerable de los sindicatos apoyen las políticas que vienen de este gobierno de coalición. Estamos hablando de un Estado que define intereses nacionales, que tiene una estrategia no cooperativa con los demás Estados y que concibe la UE como un gran mercado para el desarrollo de las grandes empresas alemanas.
Cuando se emplea el mantra de que, en el proceso de integración europea, los Estados tienden a perder influencia y poder, se dice solo una parte de la verdad, peor, una media verdad. Lo que se reduce, planificadamente, es la soberanía económica de los Estados, eso que se llamó, en varios sentidos, el Estado Social. Pero esto, que es de carácter general, es decir, para los otros países, no cabe aplicarlo al Estado alemán, éste sigue siendo un imponente aparato de poder, que organiza a las clases dominantes, regula la economía y la sociedad, define la ‘gran estrategia’ de inserción en la UE y en el mundo, contribuye con éxito a articular el consenso de las clases subalternas y, sobre todo, que no admite ni admitirá que se cree un poder soberano que decida sobre el destino de su nación, sobre el destino de su pueblo.
Aquí terminan los sueños del federalismo europeo: no habrá algo parecido a los Estados Unidos de Europa. Más Europa será más dominio y más control del Estado Alemán. Así es el sistema de poder que la UE institucionaliza y aplica; lo demás, literatura de evasión.

Lo único que espero con este comentario es incentivar la lectura de un ensayo-panfleto, irreverente y contra corriente que debería suscitar debate, polémica, en una cuestión en la que todas y todos nos jugamos mucho. Buena lectura.

Publicado en Cuarto Poder: http://www.cuartopoder.es/cartaalamauta/2015/09/01/melenchon-contra-merkel-el-estado-aleman-viene-para-mandar/112

Alexis Tsipras: el transformismo como instrumento para derrotar al sujeto popular

Alexis Tsipras, durante una sesión en el Parlamento griego. / Efe
Ellos, los que mandan, nunca se equivocan. Aciertan casi siempre. Su especialidad es cooptar, integrar, domar a los rebeldes para asegurar que el poder de los que mandan de verdad y no se presentan a las elecciones se perpetúe y se reproduzca. El transformismo es eso: instrumento para ampliar la clase política dominante con los rebeldes, con los revolucionarios, asumiendo algunas de sus reivindicaciones a cambio de neutralizar y dividir a las clases subalternas. La clave es esta: para conseguir que el sujeto popular sea no solo vencido sino derrotado, es necesario cooptar a sus jefes, a sus dirigentes. Con ello se bloquea la esperanza, se promueve el pesimismo y se demuestra que, al final, todos son iguales, todos tienen un precio y que no hay alternativa a lo existente. La organización planificada de la resignación.

Con Tsipras no ha sido fácil. Era un reformista sincero y, además, un europeísta convencido, de los que pensaban que se podrían conseguir concesiones de los socios europeos; que a estos se les podría convencer de que las políticas de austeridad no solo eran injustas sino profundamente ineficaces y que para poder pagar la deuda se deberían incentivar un conjunto de políticas diferentes que relanzaran la economía, que solucionaran la catástrofe humanitaria que vivía el país y que hicieran compatible la soberanía popular con la pertenencia a la UE. Varoufakis ha sido la cara y los ojos de esta estrategia negociadora que él, en algún momento, ha definido como kantiana, es decir, basada en la razón y en la búsqueda del interés común.

La historia es conocida. Hoy sabemos que esa estrategia ha sido un rotundo fracaso: no se consiguió nunca dividir a los Estados europeos más poderosos y el dominio alemán fue claro y definitorio desde el comienzo. Todo esto lo sabemos por el propio Varoufakis, que ha ido relatando este auténtico “vía crucis” que nunca implicó realmente una negociación y que, desde el primer momento, fue un chantaje en toda regla del tipo “lo tomas o lo dejas” y, mientras, la presión sostenida y permanente del BCE agotando la liquidez y las instituciones europeas negando los créditos.

Dieciocho contra uno. Así ha sido este proceso, que tenía tres objetivos fundamentales. El primero, combatir el malísimo precedente griego en un sentido claro y rotundo: los países endeudados del Sur no pueden tener otras políticas económicas que las dictadas por la Troika. En segundo lugar, apoyar firmemente a los gobiernos de la derecha y de la socialdemocracia que, de una u otra manera, en uno u otro momento, se plegaron a las políticas impuestas por el Estado alemán; estos partidos siguen siendo absolutamente necesarios para garantizar las políticas neoliberales dominantes y bajo ningún concepto se les puede dejar caer, máxime cuando emergen fuerzas alternativas, de eso que la UE y los gobiernos de turno llaman populismo. El tercero, el mensaje real que se manda a las poblaciones, sobre todo del Sur, es que ésta UE, sus políticas y sus relaciones reales de poder, no tienen alternativa. Lo que queda es la estrategia del miedo: o se aceptan estas políticas o se producirá el caos y la catástrofe económica y social de la salida del euro.

En muchos sentidos, el caso griego es bastante excepcional. Grecia es un viejo-joven país con una honda tradición político-cultural, con una fuerte identidad como pueblo y con un gran sentido patriótico. Se había ido produciendo en éstos años una simbiosis, una nueva relación entre la defensa de los derechos sociales, la independencia nacional y de la unidad de una gran parte del pueblo en torno al apoyo a las clases trabajadoras, a los pobres y a los jóvenes que estaban viviendo una grave regresión en sus condiciones de vida y de trabajo. Todo esto terminó identificándose con dos nombres: Syriza y Tsipras. El ejemplo más claro de esto fue la victoria en el referéndum en un país, no se debería olvidar, que estaba viviendo un “corralito”, con amenazas constantes de las “autoridades europeas” y con unos medios de comunicación masivamente partidario del “sí”.

Que al final fuese Tsipras el eslabón más débil de la cadena obliga a pensar las cosas a fondo. Lo primero, la enorme capacidad de presión de la Troika, en un sentido muy preciso y que se olvida con mucha frecuencia: lo que existe es una alianza estratégica entre las instituciones europeas y los poderes económicos dominantes de cada país que el Estado alemán garantiza. Para decirlo con mayor precisión: las clases económicamente dominantes están de acuerdo con ésta Europa que es la UE y con el papel que se asigna a estos países en la división del trabajo que se está definiendo en y desde la crisis. En segundo lugar, lo que Tsipras y la derecha de Syriza expresan es una posición ideológica que no siempre se consigue identificar y que, al final, se ha convertido en una enorme debilidad. Me refiero a eso que se ha llamado europeísmo. Reformismo socialdemócrata y europeísmo han estado íntimamente relacionados. Se podría decir que la bandera del europeísmo sirvió para camuflar la crisis del proyecto socialdemócrata sobre tres ideas básicas: que la UE era la única construcción posible de Europa; que la UE es un bien en sí, independientemente del conflicto social y de la distribución del poder entre Estados y clases; y que el Estado-nación se había convertido en una antigualla que necesariamente había que superar en el proceso de integración europea.

La inexistencia de un plan B en el proceso negociador tiene que ver, a mi juicio, con la posición política que he intentado definir. Se demostró que para Tsipras era inimaginable una Grecia fuera del euro, fuera de las instituciones de la UE, aunque eso significase la ruina económica de su país, continuar con la degradación de las condiciones sociales de la mayoría de la población y la aceptación de que el Estado griego es, de hecho, un protectorado de los países acreedores.

La Troika ha conseguido claramente sus objetivos. Las políticas que ha venido realizando Tsipras y su gobierno tras su capitulación (así lo ha definido Varoufakis) nos impiden ser optimistas. La hoja de ruta aprobada por las instituciones europeas la están cumpliendo a rajatabla, a veces da la sensación de que se realiza con el “furor del converso”. Hay datos que nos llevan a pensar que el asunto irá a peor. Tsipras sabía mejor que nadie que no estaba garantizada su mayoría en el próximo congreso de Syriza. La convocatoria de nuevas elecciones no tiene nada de heroico. Sabedor de que las cosas en su partido estaban difíciles para él, convoca elecciones generales para conseguir tres cosas a la vez: garantizarse las siglas, propiciar la ruptura de Syriza huyendo del debate democrático y del posible cuestionamiento de su liderazgo y, por último, buscar el respaldo popular antes de que se empiecen a notar los efectos económicos y sociales de las políticas de austeridad impuestas por la troika y aceptadas por la mayoría del parlamento griego.


Seguramente Tsipras ganará, pero su partido habrá ya cambiado de naturaleza y el movimiento popular y democrático se dividirá por mucho tiempo. Nada será igual. Reconstruir desde abajo la alternativa después de la derrota requerirá tiempo, inteligencia y un compromiso moral especialmente fuerte. Tsipras ahora es valiente, responsable y realista y los otros, sus amigos y camaradas de ayer, populistas, maximalistas y euroescépticos. Los que mandan ganan una vez más: ¿aprenderemos en cabeza ajena?, mejor, ¿en país ajeno? La vida dirá.

Publicado en Cuarto Poder:http://www.cuartopoder.es/cartaalamauta/2015/08/23/alexis-tsipras-el-transformismo-como-instrumento-para-derrotar-al-sujeto-popular/104

sábado, 15 de agosto de 2015

Paco Fernández Buey: maestro, compañero y amigo



(Para Santiago Fernández Vecilla, la conexión zamorana)
“Déjame que, con vieja sabiduría, diga: a pesar, a pesar de todos los pesares
y aunque sea muy doloroso, y aunque sea a veces inmunda, siempre, siempre,
la más honda verdad es la alegría. La que de un río turbio hace aguas limpias…”

Claudio Rodrígue
Está siendo muy difícil vivir sin Paco. Son ya tres años sin él. Se le echa de menos. Tenerlo ahí, al lado, sabiendo que siempre, siempre, estaba disponible para conversar, para dar opiniones serias y fundadas, combinando mesura, buen juicio y radicalidad analítica. Sobre todo, calidez, afecto concentrado y por ello, contenido, que lo convertía en la fortaleza de una amistad sobria y profunda. Uno, con Paco, siempre sabía a que atenerse; estaba ahí, al lado, ayudando, sin que se notara, haciéndose hábito.

Así lo viví por más de treinta años. Era, para muchos de nosotros, un referente político, filosófico y, sobre todo, moral. Había conseguido una especie de “geografía de los afectos”: estar muy cerca, hacértelo sentir, y a la vez distante, próximo y lejano. Quizás esa era la sabiduría que fue adquiriendo con la edad, con las decepciones, con el estudio y con la reflexión del poeta que llevaba adentro. Sí, poeta, y razonar como tal. La razón moral funciona mejor usando el sentimiento esclarecido, la pasión razonada que era, lo repitió muchas veces, el modo en que entendió siempre la incansable tarea, la milenaria lucha por la emancipación de las mujeres y hombres del mal social del dominio y la explotación.

Era seguridad, dentro de un cierto orden. A muchos jóvenes que no lo conocieron o lo vieron de lejos les puede parecer algo oscuro que una persona mayor, hasta muy mayor, como yo, diga de otra persona, de parecida edad, que le ofrecía seguridad. Ser referente es eso, la seguridad que nos da una posición sólida, fundada, diáfana, anclada en el tiempo y en el espacio, como los astros que iluminaban el navegar de los marineros intrépidos por los procelosos mares de la vida vivida, comprometida siempre con personas e ideas. Muchas se acordarán de la vieja metáfora de Otto Neurath que tanto le gustaba repetir: “somos como los hijos de la mar”. Siempre iba en serio y hasta el final.

Qué pensaría de nuestro país hoy; cómo interpretaría hechos tan dramáticos como los de Grecia, la guerra de Ucrania o las variadas derivas de los procesos emancipatorios latinoamericanos. Cataluña y la propia existencia de eso que se llamó España, cuando la Unión Europea enseña su peor lado. Hablando con él, insisto, disponible siempre, te formabas opinión, riqueza de juicio y punto de vista. Podías estar de acuerdo o no, pero las cosas que decía importaban, ayudaban, daban pistas sensatas y juiciosas. Mesura radical.

Un mes antes de su muerte, quizás menos —Jordi Mir estaba con él, creo—, me llamó Julio Anguita y me preguntó si Paco estaba enfermo. Le dije que sí, que estaba muy enfermo. Me lo preguntaba porque tenía delante a una persona que se parecía mucho a él. Eso sí, estaba más demacrado y envejecido. Anguita, siempre tímido, me dijo: ¿Qué hago? Fácil, te acercas a él y lo saludas. Así lo hizo y fue un momento extraordinario para los dos. Paco, fue su último mensaje, me escribió y me dijo: después de muchos años he vuelto a ver a Julio Anguita: ¿será una premonición? Premonición ¿De qué? ¿De la muerte por llegar? ¿De la vida recobrada? Nunca lo sabré.

Paco, nuestro Paco Fernández Buey, vive, en sus escritos, en su excelente castellano y en su dicción serena y clara. Vive porque los que lo quisimos seguimos añorándolo y pensando en él, con él y desde él. Porque tiene a Salvador López Arnal, el mejor de nosotros, que seguirá luchando por su obra, engarzando pasado y futuro y Miguel Riera publicándolo. Así somos. Nuestro mundo, definitivamente, fue mejor con él.

Manolo Monereo. A 14 de Agosto de 2015. En Arenas de San Pedro, Ávila.
En el centenario de Teresa de Jesús.


jueves, 13 de agosto de 2015

Entrevista



Entrevista a Manuel Monereo, exmiembro de la dirección de IU
"En noviembre habrá que crear una nueva fuerza política más allá de Podemos e IU"

Gara


Nacido en Jaén en 1950, Manolo Monereo lleva a sus espaldas la trayectoria de la izquierda española en las últimas décadas. Expulsado del PCE en 1978 y, posteriormente, miembro de la dirección de Izquierda Unida, es uno de los intelectuales que más apuestan por la «unidad popular» en el Estado español. Alejado de la primera fila política pero no de la conspiración, insiste en la importancia del momento.
Manolo Monereo es una especie de lúcido eslabón entre la izquierda española tradicional, la de una hoz y martillo críticos, con fenómenos nuevos como Podemos. Este politólogo antiguo miembro de la Ejecutiva de IU y actual militante de base conoce bien a Pablo Iglesias o Iñigo Errejón, con quienes ha compartido aulas, reuniones y plató en «La Tuerka» y «Fort Apache».
Las encuestas prevén un estancamiento de Podemos. ¿Puede quedarse estancado en los máximos de la IU de Julio Anguita en 1996?
No tengo una percepción muy clara de que vaya a bajar a los límites del 12%, 13% ó 14% que tuvo IU en tiempos de Julio Anguita. Más bien tengo la impresión de que en el campo de Podemos, en el campo de IU, hay un momento de confusión, de tensiones varias, no siempre bien gobernadas, que han podido generar también en el electorado confusión y pérdida de norte. Mi convicción es que una vez que comience la campaña electoral todo eso cambia y el partido empezará de nuevo.
En una entrevista reciente, pidió «una tregua» entre Podemos e IU. ¿Lo ve factible?
Por las personas que se van a enfrentar, tanto Pablo Iglesias como Alberto Garzón, creo que habrá una percepción de tregua, de debate sensato, de fondo, civilizado. Como vengo insistiendo desde hace mucho tiempo, después de noviembre viene diciembre. Noviembre va a definir, de una u otra manera, elementos centrales de la coyuntura política. Pero hay que estar muy preparados para lo que viene después: una durísima pugna de las fuerzas que están por la restauración, encabezadas por el PP, para imponer un nuevo modelo económico, político y social. Todo lo que sea hacernos demasiado daño en este proceso nos perjudica.
Durante todo el ciclo político se ha afirmado que el régimen de 1978 estaba al caer. ¿Se ha vendido la muerte del bipartidismo antes de tiempo?
Está en una agonía. Hay una lucha a muerte del bipartidismo para no desaparecer. Creo que ha habido mucha ingenuidad en Podemos y en las fuerzas del cambio pensando que los poderes iban a consentir más o menos versallescamente desaparecer. Se han puesto a trabajar los aparatos del Estado y las cloacas. De eso los lectores en Euskadi saben mucho. Creo que hay una agonía del bipartidismo si le damos a agonía el término de lucha, de enfrentamiento. El bipartidismo va a hacer lo posible para mantenerse empleando todos los métodos como siempre ha hecho: métodos legales, ilegales o mixtos. Pero siempre intentando mantener el poder, como se ha visto en Grecia.
Al margen de los ataques, el PSOE no ha caído en la «pasokización» que se vaticinó. ¿Qué ocurre si Podemos termina relegado a muleta de Ferraz?
Habrá que repensar lo que hemos hecho en este año. Lo primero, aprender y hacer una lectura autocrítica. A partir de ahí, las fuerzas del cambio deberían asentarse en el país y construir una estrategia de guerra de posiciones. Hasta ahora la hipótesis Podemos tiene un elemento central: una guerra de maniobra y ataque corta. Tiene elementos de interés y de posibilidad pero, si no se diera, tendríamos que establecer un debate estratégico que nos llevara a una guerra de posiciones porque el poder no se va a contentar. Si las fuerzas del cambio no son suficientes para impulsar el cambio real lo que vendrá es una reacción durísima. No nos engañemos: la alternativa no es el bipartidismo en abstracto o Podemos en abstracto. La alternativa es restauración o ruptura democrática. Si la ruptura democrática no avanza vendrá una reacción durísima. Esa es la clave de lo que viene.
En esta tesitura, ¿la confluencia de fuerzas transformadoras es una alternativa? No parece que Podemos esté dispuesto.
Podemos es la vanguardia de la ruptura y lo vemos muchos de nosotros que no somos de Podemos. El aspecto meritorio que va a tener es que ha abierto una grieta en el poder. Esa grieta hay que seguir ampliándola para que sea un inmenso boquete. Los demás deberíamos buscar fórmulas de unidad electoral y unidad de acción. También de unidad popular. Como saben los lectores de Euskadi, la unidad popular no es un proceso ni fundamentalmente electoral ni estrictamente institucional.
¿Cómo la definiría usted?
Va desde la organización de la sociedad civil, desde abajo, la constitución de un contrapoder social que marque la agenda política, sin la cual no se pueda vivir y no se pueda trabajar.
En el Estado español cualquier iniciativa de este calibre estaría todavía muy verde.
La unidad popular es muy embrionaria, está demasiado mezclada con las cuestiones electorales. Por eso deberíamos intentar la unidad electoral siendo partidarios de ampliar lo máximo posible el Frente del Cambio. En segundo lugar, intentar dar un mensaje concreto al país y, en tercero, poner las bases para estrategias de unidad popular.
IU, pese a que presenta a Alberto Garzón como candidato, mantiene una posición dubitativa. Da la sensación de bicefalia y dificultad para entender el momento actual. ¿Cree que puede terminar desapareciendo o cayendo en lo residual?
Yo haría la pregunta de la siguiente manera: ¿qué tenemos que hacer para que una organización como Izquierda Unida, con su trayectoria, sus miles de cuadros, no desaparezca en un voto marginal al margen de los cambios reales del país?
A esa pregunta, en parte, el propio Alberto Garzón ya ha respondido: después de noviembre va a iniciar la construcción de una nueva fuerza política en el país.
A mi juicio ese es el buen camino. En noviembre lo que hay que poner en el conjunto del Estado es una nueva fuerza política más allá de Podemos, de IU y de miles de hombres y mujeres independientes. Una fuerza política incluyente, nacional-popular, donde podamos definir un gran partido de masas, con una implantación seria en el conjunto del país y un proyecto serio. Me preocupa mucho la política que se hace día a día sin tener estrategia. Para mí, ese discurso estratégico es que en unos meses, después de estas elecciones, habrá que ir a la construcción de una gran fuerza política. Y en esa construcción naturalmente estarán miles de hombres y mujeres de IU.
En Euskal Herria, un grupo de personalidades de la sociedad civil ha lanzado un llamamiento para listas unitarias entre EH Bildu, Podemos, Irabazi, Ezker Anitza o Equo. ¿Cómo valora la iniciativa?
Esto ya pasó en Galiza. Para nosotros, como para Podemos, la experiencia gallega fue muy importante. Se mezclaron dos cosas: por un lado la izquierda soberanista e independentista y, por el otro, la izquierda federalista. ¿Esa posibilidad se puede repetir en Euskadi? Creo que se tiene que intentar. ¿Soy optimista? No. Fórmulas políticas de estas características son muy difíciles en un contexto electoral en el que todo el mundo amenaza con la unidad. Soy escéptico. Creo que para que haya unidad tiene que haber bases objetivas que la hagan posible. La unidad es un proceso de confluencia, de debate de ideas, de luchas, de estrategia, y es evidente que eso no se da en este momento a mi juicio en Euskadi. Ahora bien, también considero que todo lo que sea abrir un debate sobre la unidad que vaya más allá de los alineamientos tradicionales y que se ponga como objetivo la construcción de una alternativa democrática y popular y la ruptura democrática y un proceso constituyente, me parece muy importante. Aunque no haya acuerdo. El proceso constituyente tendrá diferentes canales y vías. No será lo mismo en Catalunya o Euskadi que en Madrid. Pero habrá ruptura democrática. Al menos esa es la ventana de oportunidad que se abre. Si al final no lo conseguimos, apretar los dientes y tirar para adelante.
Da la sensación de que la cuestión nacional de Euskal Herria o Catalunya nunca es prioritaria para la izquierda española. Eso se demuestra con el proceso soberanista catalán.
En Euskadi hay otro debate, no es exactamente ese. Entre otras cosas porque si algo dio Herri Batasuna a la política en Euskadi es escorar el nacionalismo a las clases populares. En Catalunya, con la candidatura de Ada Colau, se encuentra un nuevo eje entre cuestión social y cuestión nacional. Ahora emerge una nueva sintonía, un nuevo núcleo entre cuestión de clase y cuestión nacional popular. Aunque lo veo desde la lejanía y puedo estar equivocado.
«Espero que se recupere la rebeldía»
Podemos surgió con mucha fuerza pero, como consecuencia de su hipótesis, ha modulado su discurso. ¿Cree que se ha dejado demasiado por el camino?
Podemos se ha sentido demasiado golpeado por el poder. En segundo lugar creo que en algún momento demostró debilidad. Es decir, demostró que los golpes les afectaban y eso les dejó durante unos meses sin norte. Creo que ahora están en un proceso de esclarecimiento ideológico aunque todavía les falta un elemento esencial, que es el discurso político. Cuando salieron, de una manera muy fresca, tenían un discurso político muy claro, representando a los de abajo, enfrentándose a los grupos de poder. Creo que ese impulso inicial se ha ido agotando y que lo que hace falta es que de una vez por todas podamos tener un proyecto de país, las bases y las perspectivas que tiene ese proyecto para las naciones y pueblos que configuran el Estado español. Hasta ahora se han dedicado a responder pero no tienen una estrategia definida. Están en transición desde el momento en el que perdieron la iniciativa política y la tuvieron los aparatos del Estado y los medios de comunicación y el momento actual en el que repensar cuál sería aquí y ahora un proyecto alternativo. Espero que el discurso de rebeldía, que el discurso de cambio profundo, de transformación social de Podemos lo recupere para un proyecto que sea entendible para las grandes mayorías.
Fuente: http://www.naiz.eus/eu/hemeroteca/gara/editions/2015-08-11/hemeroteca_articles/en-noviembre-habra-que-crear-una-nueva-fuerza-politica-mas-alla-de-podemos-e-iu

jueves, 6 de agosto de 2015

Tsipras y el síndrome Tina: la alternativa como problema político electoral

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Alexis Tsipras, durante el Comité Central de Syriza celebrado el pasado jueves, 30 de julio. / Orestis Panagiotou (Efe)

Para analizar la Grecia de Syriza sería bueno evitar el lenguaje falsario e intentar, simplemente, decir la verdad. Las derrotas son derrotas y no avances sobre la retaguardia. La condición previa para salir en buenas condiciones de una derrota es encararla con veracidad y afrontarla radicalmente, es decir, ir a sus raíces últimas. El gobierno griego ha sufrido una enorme derrota que va a tener consecuencias graves en Grecia y, más allá, en la periferia sur de la Unión Europea.
Cuando Goliat vence a David siempre hay que condenar al fuerte que se impone y solidarizarse con el débil. Esto obliga a ser cuidadoso en la crítica, a analizar los diversos puntos de vista y, sobre todo, a aprender. Parece claro —Varoufakis ha dado muchos elementos de autocrítica— que la estrategia negociadora ha fallado desde el principio y que no se tenía un análisis realista de lo que es hoy la UE. Tiempo habrá para analizar a fondo los puntos débiles de dicha estrategia. Ahora hay que poner el acento en lo que son las consecuencia inmediatas, no solo para la izquierda griega, de la derrota del gobierno Tsipras.
Como muchos hemos venido diciendo en estos últimos meses, la negociación entre la Troika y el gobierno griego ha sido, desde el principio, centralmente política. Syriza era un mal ejemplo que había que derrotar y convertirlo en una línea de ruptura para los pueblos y para las fuerzas políticas contrarias a la austeridad neoliberal. La lección que se ha pretendido dar es clara: no se puede ir contra las políticas dominantes en la UE y quien se atreva, lo pagará caro; no es de extrañar que el ‘acuerdo’ haya sido el peor de los posibles y que ha podido calificarse de capitulación o entrega sin más a la Troika.
Lo que aparece ahora son las lecciones que debemos de aprender, es una versión burda del síndrome thacheriano TINA (There is not alternative), es decir, no hay alternativa a las políticas neoliberales dominantes, impuestas con puño de hierro por el Estado alemán y asumidas por las clases dirigentes, específicamente, del Sur de Europa. Las próximas elecciones van a tener a TINA en el centro de un chantaje discursivo, que va a ser convertido en una línea de masas para colonizar el sentido común de las gentes: o las políticas neoliberales o la salida del euro, es decir, entre la catástrofe o la crisis autoprovocada; más en concreto, recuperación económica o salida del euro, “corralito”, incluido. En esto estará de acuerdo todo el establishment bipartidista, con el añadido de Ciudadanos; obviamente, con el objetivo de situar a la defensiva a Podemos y a IU.
Muchos de nosotros estamos convencidos, desde hace años, de que la Europa alemana del euro es un instrumento decisivo para propiciar un gigantesco proceso de acumulación por expropiación de los Estados y pueblos europeos, especialmente los del Sur. La UE es hoy un sistema de dominación que organiza y administra los intereses generales de las clases económicamente dominantes, bajo la garantía y la hegemonía del Estado alemán. No basta con afirmaciones de principio, es necesario que las personas, que los trabajadores y trabajadoras hagan su propia experiencia de lucha y de acción, aprendan en lo concreto los límites reales del sistema euro. Estamos hablando de una propuesta política que permita avanzar, aquí y ahora, noviembre y más allá, a las fuerzas democrático-populares y de izquierda, en un contexto de crisis de régimen y ante unas elecciones cruciales.
¿Cómo construir la alternativa, a la vez posible y radical, de ruptura democrática y de transformación social? A mi juicio, en primer lugar, diciendo la verdad sobre la naturaleza de esta UE y no hacerse ninguna ilusión sobre su futuro. La UE es, en muchos sentidos, la anti-Europa, la divide y la convierte en un instrumento subalterno de los intereses geopolíticos norteamericanos.
En segundo lugar, hay que clarificar con precisión la naturaleza del adversario. En esto tampoco nos debemos de engañar: estamos ante un enemigo bifronte que expresa un proyecto común y una alianza entre las clases dirigentes de la UE. El Estado alemán ejerce su hegemonía porque defiende un proyecto en el que están de acuerdo las clases dirigentes de los países del Sur. El bloque en el poder en España, en el que se incorporan partes sustanciales de las burguesías vasca y catalana, está de acuerdo con el modelo productivo y de acumulación que los poderes dominantes y las instituciones europeas han diseñado para nuestro país. Este es el problema central y todo lo demás es secundario.
En tercer lugar, hace falta un programa político, económico y social de transición que defienda la soberanía popular, los derechos sociales y las libertades de nuestro país. Este programa debería expresar una alianza entre pueblos y clases de esa pluralidad que históricamente hemos llamado España. En el centro, la reivindicación de un Proceso Constituyente que dé voz, protagonismo y participación a las mayorías sociales en torno a un Nuevo Proyecto de País.
En cuarto lugar, hay que avanzar en una unidad electoral lo más amplia posible, creando condiciones para que pueblos, clases y grupos sociales puedan estructurarse como sujetos políticos. La Unidad Popular es algo más que una fórmula electoral, es la construcción consciente de (contra-) poderes sociales. Hoy, como ayer, la madurez de una fuerza política está relacionada con su concepción del poder. La característica de esta etapa —Grecia lo pone de manifiesto— es que es posible organizar amplios frentes democrático-populares, pero —es el lado negativo de la cuestión— una vez llegado al gobierno, los poderes reales que éste puede ejercer son limitados.

La tensión entre lo que es necesario y lo que es posible política y electoralmente nos acompañará hasta noviembre. Hacer propuestas políticas teniendo sólo en cuenta lo que dicen las encuestas electorales suele ser un mal método, sobre todo, cuando la crisis llega y las percepciones sociales cambian aceleradamente. El discurso político debe buscar una coherencia entre el proyecto y la propuesta programática. El programa debe de ser percibido como viable, posible y necesario, pero, a la vez, articulado a un nuevo proyecto de país que promueva un imaginario social transformador, creencias e ideas que engarcen razones y pasiones. En definitiva, un discurso por el que merezca la pena comprometerse, luchar y votar. Desde otro punto de vista, propiciar una campaña electoral, por así decirlo, no electoralista donde las personas concretas se sientan parte de una identidad colectiva que crea país y pueblo. Para lo otro, ya están el PP y el PSOE.

miércoles, 8 de julio de 2015

El ataque a Grecia: PODEMOS a la vista

Grecia-Europa-deuda-Tsipras-Iglesias
Alexis Tsipras y Pablo Iglesias en una imagen de archivo. / Efe
Para Pablo
Honor a quienes en su vida se han marcado / el defender unas Termópilas. /
Sin apartarse nunca del deber; / en todas sus acciones justos y equilibrados, /
y, sin embargo, con pena, y con entrañas. / Si ricos, generosos; y aun en lo poco /
generosos, si pobres; prestos / a socorrer en tanto pueden; / siempre con la verdad
a flor de labios, / 
sin odiar sin embargo a los que mienten. / Y aun mayor honor les
es debido / c
uando prevén —y muchos lo prevén—/ que surgirá por último un
Efialtes / 
y los persas terminarán pasando.  (C.P. Cavafis)

No han ayudado mucho al gobierno griego de Syriza los cambios en España y, sobre todo, los previsibles en el futuro. Es normal. Uno de los muchos escenarios implicados en las negociaciones de Grecia con la troika, tiene que ver con sus consecuencias en el conjunto de la UE y, específicamente, en los países del Sur, de un buen acuerdo o de un mal acuerdo. En el primer caso, quedarían muy mal los gobiernos que aceptaron — como los de Zapatero y Rajoy— los planes de ajuste impuestos por los acreedores; en un segundo caso, serviría de escarmiento para los pueblos que se atrevieran a votar contra los partidos del sistema, es decir, PSOE-PP, caracterizados por su servilismo hacia los poderes económicos y, específicamente, con el Estado alemán.
He estado del 26 al 29 de junio en Atenas y estas cuestiones eran conocidas, formando parte del debate. Me pasé tres días discutiendo sobre Podemos, sobre IU y las posibilidades reales de conseguir en noviembre una nueva mayoría política más favorable a los griegos y a su gobierno. Como me decía un destacado miembro de la dirección de Syriza, nuestro mayor acto de solidaridad sería derrotar a la derecha y construir una alternativa democrática en nuestro país. Me vino a la cabeza la experiencia latinoamericana y pensé cuánto necesitamos de gobiernos honestos y limpios que defiendan a la ciudadanía y que no se sometan a la tiranía de los Estados acreedores.
De este proceso hay que sacar algunas lecciones para el futuro, para nuestro común futuro. La primera, es clara y rotunda: el centro de la negociación es político y solo derivadamente económico y técnico. Cuando Merkel habla de que no aceptarán negociar bajo la amenaza de un referéndum, dice dos cosas importantes: que la democracia es negativa para su Europa y que la transparencia es incompatible con el funcionamiento normal de las instituciones de la Unión, eso que antes se llamaba la troika.
El estilo de la negociación ha sido un elemento clave. Se podría decir que ha sido “corleonesco”: a Grecia se le hizo una oferta que no podía rechazar, con la pistola de la liquidez apuntándole a la cabeza y el puñal del cese del crédito apretándole en la espalda. Todos contra el gobierno de Tsipras, cuando digo todos, son realmente todos, minoría de a uno, pues; en frente, socialdemócratas, conservadores, derechas varias. La unanimidad confirma la ignominia, la corrupción de una clase política al servicio de los poderes económicos y que conscientemente conspira contra sus pueblos, todo a la mayor gloria de una Europa alemana: ¿qué tipo de artefacto, de maquinaria de dominación infernal, es esta Unión Europea que se opone con fiereza a un pequeño país que lo único que pide es respeto, dignidad y salir de la catástrofe social y económica creada por políticas injustas e ineficaces?
Lo que más asombra es la valentía, la audacia y el coraje moral del gobierno de Syriza. Lleva toda la razón —es habitual en él— Jacques Sapir cuando señala que el gobierno griego nos devuelve la deliberación, el valor de la soberanía popular y la democracia constitucional. Es un crimen que la Unión Europea y las clases dominantes no pueden consentir. También en esto están de acuerdo Mariano Rajoy y Pedro Sánchez; al final, poco importa que haya o no un gobierno de coalición entre el PP y el PSOE cuando hay un consenso básico en torno a unos Tratados, que, de una u otra forma, obligan  a realizar políticas neoliberales.
Esto nos lleva a la segunda lección. La UE no puede permitir un precedente como este. Debe castigar al pueblo griego porque ha votado mal, ha elegido a políticos irresponsables y —gravísimo— ha puesto al frente de su gobierno a una fuerza política que quiere cumplir sus promesas electorales. Todo en ellos es malo, lo que dicen y cómo lo dicen, faltando siempre al respeto debido a las reglas no escritas pero escrupulosamente seguidas por todos y —horror— pretendiendo que el debate sea público e inteligible para la gente común. Decididamente, esto no puede ser.
Sentar un precedente así es muy peligroso. Al fin y al cabo, Grecia es poca cosa, pero, precisamente por ello, hay que evitar que la excepción se convierta en regla. Ahí está Rajoy recomendando mano dura, advirtiendo de que un buen acuerdo con los “populistas” griegos daría alas a Podemos y que una alianza España-Grecia rompería los consensos básicos y generaría una situación incontrolable e inmanejable. España es más grande, más potente y debe más, muchísimo más, que los helenos. No se puede olvidar que se está negociando con los “primos” norteamericanos el Tratado Transatlántico (TTIP) y que la OTAN anda en pleno rearme y reposicionamiento en un contexto donde la guerra de facto ya está en Europa.
La tercera lección tiene que ver con los fundamentos mismos de la Unión Europea. No se cansan de repetirlo los representantes de la troika: los griegos deben escoger entre estar o no estar en Europa. Así de simple. Se acepta la mentira convertida en ideología: la Unión Europea no es Europa, es el modo neoliberal de construcción de un espacio económico al servicio de los poderes económicos, bajo hegemonía y garantía del Estado alemán. Se puede decir, para llegar hasta el final, que la UE es la anti-Europa, la rompe, la divide permanentemente entre un núcleo rico y cada vez más poderoso y unas periferias dependientes económicamente y subalternas políticamente. Los países del Sur han devenido en “protectorados”, en democracias restringidas y limitadas, sometidos a la tiranía permanente de los Estados acreedores. La UE condena a los países del Sur al subdesarrollo social y económico, produce desigualdad, precariza las relaciones laborales, genera pobreza y bloquea el futuro de las generaciones jóvenes, obligadas al exilio económico y al desarraigo.

Recientemente Lapavitsas y Flassbeck, conocidos economistas griego y alemán, respectivamente, hablaban de que las fuerzas de izquierda que llegan a los gobiernos de los países del Sur de la eurozona se enfrentan a una “triada imposible”: reestructurar la deuda, abandonar las políticas de la austeridad y, sobre todo, la continuidad del marco institucional de la UE y especialmente de la Unión Económica y Monetaria. En esa batalla estamos. No será fácil ganar el referéndum. Nada está garantizado y la lucha será durísima, pero la batalla que están librando las griegas y los griegos marcará el futuro de la UE, de los pueblos y de la democracia entendida como autogobierno de las poblaciones. Una cosa es segura: nada será ya igual.