domingo, 18 de octubre de 2015

Después de diciembre viene enero:unidad para la alternativa



Para Javier Aguilera Galera
nuestro hombre en ‘La Guita’

En la izquierda, la división es la norma y la excepción la unidad. Por decir estas cosas algunos de nosotros hemos sido duramente criticados y descalificados. Lo que queríamos decir era relativamente simple: hay motivos objetivos y subjetivos para la división; la centralidad es siempre la política, el proyecto, el programa. Cuando, además, la motivación básica es la electoral, la cosa es siempre más difícil. No parece demasiado exagerado, creo.
La alianza Podemos-IU nunca fue fácil. De un lado, Podemos surgió, en un cierto sentido, de IU y rápidamente ocupó su espacio político. Podemos es un embrión de partido, trabajosamente está definiendo una identidad y con enormes dificultades está construyendo una organización sin un equipo dirigente consolidado y articulado. De otro lado, IU vive una situación muy contradictoria. En cierto modo se siente golpeada por la historia en forma de Podemos. Conviven dos modos de enfocar el momento, unos ponen el acento en los errores propios, en las equivocaciones, en los fallos de dirección política, y otros buscan explicaciones autojustificadoras poniendo el acento en el enemigo externo, cosa que siempre funciona bien en una fuerza que se ha construido en la resistencia, y que vive en una travesía de desierto casi permanente.
Podemos e IU tienen que definirse y redefinirse en un ciclo electoral marcado por la crisis del régimen del 78 y por un proyecto restaurador que se acelera. Desde enero, Podemos ha sido enormemente golpeado por los poderes de una casta que expresa una ‘trama’ firmemente empeñada en controlar nuestro futuro colectivo. A ello Podemos ha resistido no demasiado bien. A los conflictos internos embrionarios le ha seguido una pérdida notable de dirección política y de tensión político-organizativa. El discurso fresco, audaz y de oposición de las europeas se ha ido progresivamente desarticulado en el contexto de unas elecciones (andaluzas, autonómicas, municipales, catalanas) que eran las más difíciles para un partido joven y en construcción.
IU se ha encontrado ante una situación que le ha obligado a cambiar de discurso y de estrategia en medio del ciclo electoral. Las elecciones municipales y autonómicas se hicieron en clave identitaria: fueron un fracaso político. Es cierto que los resultados en las municipales ponían de manifiesto que IU sigue siendo una organización sólida, a pesar de la orientación prevaleciente en su dirección. Constatado el fracaso, se puso tarde y mal al frente de la operación a Alberto Garzón, siempre tutelado por la dirección real de IU. El cambió fue sustancial pero, al final, de lo que se trataba era de sobrevivir como organización y hacerlo con dignidad. No era fácil.
En una coyuntura tan compleja como la actual, la metodología unitaria ha sido, desde el principio, inadecuada. No se puso el acento en las dificultades de la negociación, se crearon falsas expectativas y los mecanismos de gestión de los conflictos fueron muy pobres. De hecho, fue un debate entre Alberto y Pablo, que no conocemos bien y al que le faltó política. Se empezó por lo último y se terminó mal. Situar como prioritario el debate sobres listas electorales y la colocación en las mismas no ayudó demasiado. Ahora pagamos las consecuencias.
La unidad, y sobre ello la experiencia histórica es inmensa, resulta casi siempre un proceso complejo, trabajoso y, a veces, duro, muy duro; insisto proceso, es decir, acuerdos, desacuerdos, conflictos, marchas atrás, marchas hacia adelante. La vida misma. Hay muchas formas de unidad: la programática, la electoral, la estratégica. Mas allá de los juegos florales en torno a la nueva o la vieja política, la unidad electoral era, aquí y ahora, la más difícil, partiendo de la realidad objetiva de lo que hoy es Podemos y lo que hoy es IU. Ser realista no es pedir lo imposible sino hacer posible lo que hoy parece imposible y eso significa una dirección política capaz y cohesionada y objetivos políticos claros.
Hemos discutido mucho de la unidad popular y del partido orgánico. Ha sido, hoy se ve con claridad, un debate abstracto, mala teoría en su sentido más genuino, a saber, guía para la acción práctica que tiene como objetivo la transformación de la sociedad, sabiendo, hay que subrayarlo, que la historia avanza a saltos, combinando períodos de normalidad y de excepción. Lo peor de esta coyuntura político-social es que llegamos a ella con un potencial subjetivo débil, con una dirección política inexperta y sin un proyecto alternativo a la altura de los tiempos, con apoyos orgánicos nada firmes y una movilización menguante. El tiempo transcurrido no ha mejorado la situación, corriéndose el riesgo, cada vez más evidente, de que los que mandan y no se presentan a las elecciones nos impongan una nueva transición/restauración oligárquica en nuestro país. Esta cuestión era y es la decisiva. Debería haber sido el centro del debate.
¿Había otra alternativa? Siempre la hubo y la sigue habiendo hoy. Primero, reconocimiento mutuo, como fuerzas aliadas en el objetivo común de avanzar hacia la ruptura democrática en nuestro país. Segundo, situar la política en el eje de la discusión y que el debate fuese más allá de las propias organizaciones. Esto significa tener un análisis consensuado y una propuesta política-programática, en la medida de lo posible, unitaria. Tercero, la unidad electoral no es la única posible; nuestro sistema electoral, es cierto, requiere acuerdos entre las fuerzas políticas alternativas; muchas veces, las más, la unidad suma y hasta multiplica; esto es verdad, pero no es siempre posible. Unidad de acción, acuerdos programáticos e iniciativas comunes podían ser posibles sin necesidad de ir juntos en una misma plancha electoral. Se dirá que estas son propuestas ilusorias. No lo creo, ejemplo: IU y Podemos irán juntas en Cataluña y Galicia y en las demás parte del Estado separadas: ¿Son elecciones normales para la izquierda?.
Ahora hay que gestionar la derrota de la unidad, es decir, de las percepciones creadas y ahora defraudadas. Los unitarios de cada lado son los que pierden y los ‘duros’ los que vencen. Lo que viene, si no se sabe evitar, va a ser complicado: una guerra cainita entre dos formaciones políticas en un espacio político electoral que amenaza con disminuir y que puede hacerlo aún más. El ‘enemigo’ será el más próximo y, mientras, la recomposición de las fuerzas del sistema avanza aceleradamente y las organizaciones alternativas pierden fuerza y capacidad para actuar como sujeto político autónomo. Todo el poder para las élites económicas, políticas y mediáticas: una crisis que comenzó por abajo y por la izquierda pasa ahora a ser reconducida, dirigida, por arriba y hacía la derecha.
Después de diciembre, llegará enero. Todos sabemos que lo que pase en enero estará muy marcado por los resultados electorales. Sabemos una cosa con certeza: nada será igual como antes, la anormalidad seguirá siendo la norma y todo, todas y todos, serán cuestionados. En el centro el ‘Partido orgánico’: iniciar los pasos hacia la creación de una gran fuerza demócrata-socialista, republicana, ecofeminista, con voluntad del gobierno y de poder. El futuro se construye hoy.
Publicado en Cuarto Poder

Ya está en la librerías: Por un nuevo proyecto de país

¿Qué país queremos construir? ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Qué obstáculos encontraremos en el camino? Manolo Monereo y Héctor Illueca abordan en este libro una serie de cuestiones de capital importancia en la actual coyuntura histórica. Con implacable lucidez, los autores argumentan que los poderosos han capturado al Estado y lo han puesto a su servicio, erigiendo una trama compacta y sin fisuras de poder económico, mediático y político, en complicidad con el establishment alemán y perfectamente articulada en el proceso de construcción europea.


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Entrevista

lunes, 12 de octubre de 2015

Después de las elecciones en Cataluña, necesitamos un nuevo proyecto de país

¿Estamos interiorizando la derrota? Creo que sí. Las señales empiezan a estar ahí. Parecería que la única lección que se saca de las elecciones catalanas es el fracaso de Catalunya sí que es pot, derivadamente, de Podemos y, más allá, de Pablo Iglesias. Si el primer intento serio de unidad es percibido como derrota, si no se explica bien, lo que viene después es conocido, la lucha, el combate por la unidad ya no tendría sentido y que cada cual debería buscarse su propio nicho electoral, aunque sea a costa de un conflicto muy serio en un mismo bloque político- social .

Asombra el coyunturalismo y el electoralismo ciego. Hay diversas maneras de entender e interpretar los resultados de las elecciones en Cataluña. Yo no lo voy a hacer ahora, tiempo habrá. Solo prestar atención en sus consecuencias para el conjunto de

l Estado, entre otras cosas, porque si algo dice la experiencia de estos últimos años es que las percepciones, los marcos y los análisis son cada vez más diferenciados en uno o en el otro lado del Ebro. Creo que es posible un acuerdo de carácter general: eran las elecciones más difíciles para la izquierda transformadora y alternativa. Se pagan facturas viejas y nuevas; la fundamental, la carencia de un proyecto alternativo de país. Se ha intentado durante la campaña y se vio, casi desde el principio, que el asunto no funcionaba; meter el eje de clase, del conflicto social en una campaña convertida en un plebiscito entre el sí y el no a la independencia, era muy difícil y los resultados así lo prueban.

Es seguro que, tanto la dirección de Catalunya sí que es pot como la de Podemos, eran plenamente conscientes de que ésta era la gran dificultad a vencer. Hay que reconocer la derrota, discutir a fondo sus causas, los errores cometidos y, sobre todo, rectificar la línea principal, a saber: no ser como ellos, diferenciarse y hacer una propuesta comprensible para la mayoría de la sociedad. Las victorias van, casi siempre, precedidas de derrotas y sabemos perfectamente que las únicas batallas que se pierden son las que no se dan. Las elecciones catalanas deberían de dar para mucho y no quedarse en el puro y simple partidismo de los que siempre están dispuestos a aprovechar la valoración de unos resultados electorales para justificar el sectarismo y la prepotencia.

Se está olvidando lo fundamental, que podría plantearse del siguiente modo: las elecciones en Cataluña, ¿favorecen la restauración o contribuyen a la ruptura? Este debería ser el criterio básico de evaluación. La resultante es contradictoria y con su punto de ambigüedad. Es cierto que la crisis del régimen se acentúa y que la llamada “cuestión catalana” va a estar ahí como problema real durante mucho tiempo. También parece evidente que el anunciado avance electoral de Ciudadanos nos dice que el régimen ha sabido fabricar una fuerza de recambio y que ya existe una derecha alternativa al PP, que le disputará el centro al PSOE; el partido de Pedro Sánchez no se hunde y, lo fundamental para ellos, sigue por delante de Podemos. Analistas de diverso signo han puesto el acento en la profunda y duradera fractura de la sociedad catalana; visto desde la distancia -que como antes se dijo es algo más que espacio- lo sobresaliente sería que por primera vez el voto despectivamente llamado “españolista” no solo se moviliza en una elecciones autonómicas sino que se organiza como alternativa política al independentismo. Lo que se daba de forma fragmentaria y difusa en la sociedad, se traduce en voto y se hace política.

Hace unos meses argumentábamos que la crisis del bipartidismo era una de las varias expresiones de la crisis del régimen. No nos equivocábamos. Con Ciudadanos la cosa cambia, desde el propio régimen, desde los poderes reales, se fabrica y organiza la expansión de una fuerza política “nueva”, “joven” y “moderna” capaz de construir una nueva centralidad en la política española desde un programa de “renovación” neoliberal de verdad, es decir, conducir la enésima y penúltima restauración monárquica en España. El triunfo sería realmente histórico: cerrar por arriba y por la derecha una crisis de régimen que empezó por abajo y por la izquierda.

Cuando se dice que Sí que es pot y Podemos han fracasado, lo que se está diciendo realmente es que se está construyendo una correlación de fuerzas contra el cambio y que la transformación está siendo sustituida por el transformismo, es decir, por una operación política dirigida y organizada por la trama económica, mediática y financiera dominante. Esto es lo que debería preocuparnos. Llevamos tiempo discutiendo de listas, de coaliciones, con un movimiento social estancado y sin perspectivas, sin un proyecto de país alternativo y sin responder eficazmente a los envites del poder. Llevamos meses a la defensiva, con un goteo de malas noticias y con la experiencia de Grecia pisándonos los talones. Ahora no sabemos demasiado bien si lo que estamos vistiendo es la unidad o a quién culpabilizar de la división. En medio, las gentes que siguen aspirando a una sociedad más justa e igualitaria, a construir un futuro para todos y, especialmente, para los jóvenes condenados a la precariedad, a salarios de pobreza, a la inseguridad permanente y a la emigración.

¿Esto qué significa? Que los de abajo, los hombres y mujeres comunes viven ya con el miedo en el cuerpo. Cuando no hay salida colectiva, el sálvese quien pueda se impone. La restauración en ciernes puede ganar y duraderamente. Es esto lo que hoy está en juego en nuestro país. Hay un “plan B” de las fuerzas del régimen que se está cociendo a fuego lento y discutiéndose en las covachuelas del poder. Ese plan tiene dos ejes claves, modificar el sistema electoral en un sentido aún más mayoritario y reformar la Constitución orientándola hacia la recentralización político-administrativa, el autoritarismo social y la defensa de las políticas que vienen de la Unión Europea, es decir, poner fin a los elementos progresivos de la Constitución vigente y constitucionalizar formalmente la nueva correlación de fuerzas organizada por las clases dominantes. Ciudadanos podría convertirse en el eje de la transformación política en el país; aparentemente, combatiendo a la casta, a la partidocracia y a la corrupción y, en la práctica, realizando la otra “revolución pendiente”: el neoliberalismo hasta el final en íntima alianza con la troika.

Hemos hablado mucho de gobierno de coalición PP-PSOE. Con el avance de Ciudadanos la perspectiva cambia; estos pueden gobernar tanto a derecha como a izquierda, aliándose bien con el PP, bien con el PSOE, convirtiéndose en la nueva centralidad política del país. De ahí la enorme importancia de la reforma de la Constitución con el objetivo explícito de adaptarla a la UE que, en lo concreto, significa aceptar el papel periférico y subalterno que se está imponiendo en la Europa alemana del euro. Para que se me entienda con claridad: un país dependiente, un protectorado como España, no puede tener un Estado social digno de ese nombre, no puede tener derechos sociales y sindicales avanzados y libertades reales para las mayorías sociales.


Ahora que nos estamos jugando la unidad y que se empieza a interiorizar la derrota, deberíamos volver a la política en grande y combatir a los que, de nuevo, quieren imponer el partidismo estrecho y el sectarismo de siempre. Ahora más que nunca, hay que hacer política, cerrar lo antes posible los debates de las listas y situar en el centro los problemas de nuestras gentes. Tenemos dos meses para recuperarnos. El “sí se puede” que gritamos cada vez que nos juntamos sigue teniendo pueblo y ciudadanía detrás. Hace falta un proyecto claro y diferenciado que diga quienes son los enemigos y cómo combatirlos; que denuncie con precisión lo que significa el programa restaurador neoliberal en curso y que defienda un proyecto de país alternativo.