lunes, 12 de octubre de 2015

Después de las elecciones en Cataluña, necesitamos un nuevo proyecto de país

¿Estamos interiorizando la derrota? Creo que sí. Las señales empiezan a estar ahí. Parecería que la única lección que se saca de las elecciones catalanas es el fracaso de Catalunya sí que es pot, derivadamente, de Podemos y, más allá, de Pablo Iglesias. Si el primer intento serio de unidad es percibido como derrota, si no se explica bien, lo que viene después es conocido, la lucha, el combate por la unidad ya no tendría sentido y que cada cual debería buscarse su propio nicho electoral, aunque sea a costa de un conflicto muy serio en un mismo bloque político- social .

Asombra el coyunturalismo y el electoralismo ciego. Hay diversas maneras de entender e interpretar los resultados de las elecciones en Cataluña. Yo no lo voy a hacer ahora, tiempo habrá. Solo prestar atención en sus consecuencias para el conjunto de

l Estado, entre otras cosas, porque si algo dice la experiencia de estos últimos años es que las percepciones, los marcos y los análisis son cada vez más diferenciados en uno o en el otro lado del Ebro. Creo que es posible un acuerdo de carácter general: eran las elecciones más difíciles para la izquierda transformadora y alternativa. Se pagan facturas viejas y nuevas; la fundamental, la carencia de un proyecto alternativo de país. Se ha intentado durante la campaña y se vio, casi desde el principio, que el asunto no funcionaba; meter el eje de clase, del conflicto social en una campaña convertida en un plebiscito entre el sí y el no a la independencia, era muy difícil y los resultados así lo prueban.

Es seguro que, tanto la dirección de Catalunya sí que es pot como la de Podemos, eran plenamente conscientes de que ésta era la gran dificultad a vencer. Hay que reconocer la derrota, discutir a fondo sus causas, los errores cometidos y, sobre todo, rectificar la línea principal, a saber: no ser como ellos, diferenciarse y hacer una propuesta comprensible para la mayoría de la sociedad. Las victorias van, casi siempre, precedidas de derrotas y sabemos perfectamente que las únicas batallas que se pierden son las que no se dan. Las elecciones catalanas deberían de dar para mucho y no quedarse en el puro y simple partidismo de los que siempre están dispuestos a aprovechar la valoración de unos resultados electorales para justificar el sectarismo y la prepotencia.

Se está olvidando lo fundamental, que podría plantearse del siguiente modo: las elecciones en Cataluña, ¿favorecen la restauración o contribuyen a la ruptura? Este debería ser el criterio básico de evaluación. La resultante es contradictoria y con su punto de ambigüedad. Es cierto que la crisis del régimen se acentúa y que la llamada “cuestión catalana” va a estar ahí como problema real durante mucho tiempo. También parece evidente que el anunciado avance electoral de Ciudadanos nos dice que el régimen ha sabido fabricar una fuerza de recambio y que ya existe una derecha alternativa al PP, que le disputará el centro al PSOE; el partido de Pedro Sánchez no se hunde y, lo fundamental para ellos, sigue por delante de Podemos. Analistas de diverso signo han puesto el acento en la profunda y duradera fractura de la sociedad catalana; visto desde la distancia -que como antes se dijo es algo más que espacio- lo sobresaliente sería que por primera vez el voto despectivamente llamado “españolista” no solo se moviliza en una elecciones autonómicas sino que se organiza como alternativa política al independentismo. Lo que se daba de forma fragmentaria y difusa en la sociedad, se traduce en voto y se hace política.

Hace unos meses argumentábamos que la crisis del bipartidismo era una de las varias expresiones de la crisis del régimen. No nos equivocábamos. Con Ciudadanos la cosa cambia, desde el propio régimen, desde los poderes reales, se fabrica y organiza la expansión de una fuerza política “nueva”, “joven” y “moderna” capaz de construir una nueva centralidad en la política española desde un programa de “renovación” neoliberal de verdad, es decir, conducir la enésima y penúltima restauración monárquica en España. El triunfo sería realmente histórico: cerrar por arriba y por la derecha una crisis de régimen que empezó por abajo y por la izquierda.

Cuando se dice que Sí que es pot y Podemos han fracasado, lo que se está diciendo realmente es que se está construyendo una correlación de fuerzas contra el cambio y que la transformación está siendo sustituida por el transformismo, es decir, por una operación política dirigida y organizada por la trama económica, mediática y financiera dominante. Esto es lo que debería preocuparnos. Llevamos tiempo discutiendo de listas, de coaliciones, con un movimiento social estancado y sin perspectivas, sin un proyecto de país alternativo y sin responder eficazmente a los envites del poder. Llevamos meses a la defensiva, con un goteo de malas noticias y con la experiencia de Grecia pisándonos los talones. Ahora no sabemos demasiado bien si lo que estamos vistiendo es la unidad o a quién culpabilizar de la división. En medio, las gentes que siguen aspirando a una sociedad más justa e igualitaria, a construir un futuro para todos y, especialmente, para los jóvenes condenados a la precariedad, a salarios de pobreza, a la inseguridad permanente y a la emigración.

¿Esto qué significa? Que los de abajo, los hombres y mujeres comunes viven ya con el miedo en el cuerpo. Cuando no hay salida colectiva, el sálvese quien pueda se impone. La restauración en ciernes puede ganar y duraderamente. Es esto lo que hoy está en juego en nuestro país. Hay un “plan B” de las fuerzas del régimen que se está cociendo a fuego lento y discutiéndose en las covachuelas del poder. Ese plan tiene dos ejes claves, modificar el sistema electoral en un sentido aún más mayoritario y reformar la Constitución orientándola hacia la recentralización político-administrativa, el autoritarismo social y la defensa de las políticas que vienen de la Unión Europea, es decir, poner fin a los elementos progresivos de la Constitución vigente y constitucionalizar formalmente la nueva correlación de fuerzas organizada por las clases dominantes. Ciudadanos podría convertirse en el eje de la transformación política en el país; aparentemente, combatiendo a la casta, a la partidocracia y a la corrupción y, en la práctica, realizando la otra “revolución pendiente”: el neoliberalismo hasta el final en íntima alianza con la troika.

Hemos hablado mucho de gobierno de coalición PP-PSOE. Con el avance de Ciudadanos la perspectiva cambia; estos pueden gobernar tanto a derecha como a izquierda, aliándose bien con el PP, bien con el PSOE, convirtiéndose en la nueva centralidad política del país. De ahí la enorme importancia de la reforma de la Constitución con el objetivo explícito de adaptarla a la UE que, en lo concreto, significa aceptar el papel periférico y subalterno que se está imponiendo en la Europa alemana del euro. Para que se me entienda con claridad: un país dependiente, un protectorado como España, no puede tener un Estado social digno de ese nombre, no puede tener derechos sociales y sindicales avanzados y libertades reales para las mayorías sociales.


Ahora que nos estamos jugando la unidad y que se empieza a interiorizar la derrota, deberíamos volver a la política en grande y combatir a los que, de nuevo, quieren imponer el partidismo estrecho y el sectarismo de siempre. Ahora más que nunca, hay que hacer política, cerrar lo antes posible los debates de las listas y situar en el centro los problemas de nuestras gentes. Tenemos dos meses para recuperarnos. El “sí se puede” que gritamos cada vez que nos juntamos sigue teniendo pueblo y ciudadanía detrás. Hace falta un proyecto claro y diferenciado que diga quienes son los enemigos y cómo combatirlos; que denuncie con precisión lo que significa el programa restaurador neoliberal en curso y que defienda un proyecto de país alternativo.