martes, 10 de mayo de 2011

Por una revolución ciudadana


Vivimos en un estado de excepción  que se está convirtiendo en permanente. Su sustancia: el dominio de los grupos de poder económicos y la suspensión del Derecho. Su forma, la democracia oligárquica. La soberanía popular está siendo progresivamente sustituida por lo que llaman la gobernanza europea, que no es mas que, la alianza de los grandes oligopolios y la burocracia de la Unión eficazmente dirigidas por el Banco Central. Esos poderes fácticos toman las decisiones fundamentales, fijan los límites y convierten nuestros débiles órganos representativos en simples asambleas de ratificación.
Las crisis suelen poner de manifiesto la verdadera naturaleza explotadora del capitalismo: la autonomía del Estado se reduce, las políticas económicas expresan abiertamente los intereses del capital, los derechos sindicales, laborales y sociales de asalariados y asalariadas, son cuestionados por las constricciones sistémicas (paro y precariedad) y por las estrategias de gestión  puestas en práctica por el gobierno y la patronal.  En el centro, el poder en sentido fuerte.
La política adquiere sus verdaderas dimensiones de clase: producir una gigantesca redistribución de renta, riqueza y poder a favor de los grupos económicamente dominantes. Todas las medidas de Zapatero tiene ese sesgo: la (contra) reforma laboral, las medidas  tomadas (con el impagable acuerdo sindical) sobre  las pensiones y las conversaciones iniciadas para modificar aspectos relevantes de la negociación colectiva. Lo que importa es debilitar la capacidad contractual de trabajadoras y trabajadores garantizando su sobreexplotación. El ajuste laboral permanente es el medio para mercantilizar sistemáticamente la fuerza de trabajo y ofrecerla “libre de derechos y poder” a los empresarios.
No nos engañemos, la plutocracia internacional que hoy domina el mundo va a exigir más sangre, más sacrificios humanos para el supremo objetivo de cobrar sus prestamos. Detrás de la Comisión y del Banco Central está el capital financiero francés y alemán que, obviamente, tienen a sus Estados para exigir lo adeudado. El artificio es discursivamente poderoso: una crisis, sin culpables, presentada como una catástrofe geológica. Estados que rescatan a los ricos y que terminan por endeudarse masivamente. La oligarquía financiera (anteriormente salvados con dinero público) que exigen planes durísimos de ajuste a las poblaciones para asegurar que lo prestado se pague a tiempo. Todos los poderes públicos se someten a este chantaje y, lo que es peor, lo legitiman en nombre de las inexorables leyes de la llamada economía de mercado. ( Sigue leyendo)