Se han hecho muchos análisis para
entender el largo ciclo de acumulación capitalista en España desde
1994 al 2007. No hay demasiadas cosas que añadir. Querría fijarme
ahora en algunos aspectos que, aunque conocidos, hay que tenerlos en
cuenta para el nuevo papel que va a jugar España en la división del
trabajo que se está configurando en la Unión Europea y,
específicamente, en la zona euro. Los rasgos a los que me voy a
referir ya existían en la anterior etapa y, a mi juicio, se
agravarán en el futuro. La tesis que se defiende es que la
recuperación regresiva que estamos viviendo va a acentuar todas las
malformaciones y debilidades estructurales de nuestra economía y que
es necesaria una nueva política y un cambio en las relaciones de
poder existentes en nuestro país.
Hablar de recuperación regresiva es
jugar conscientemente con elementos aparentemente contradictorios;
como suele decirse, lo contradictorio está en la realidad y no en
los conceptos que empleamos. En el anterior ciclo, desde 1995 al
2007, en el momento de su máximo esplendor, se daban cinco rasgos
que, de una u otra manera, siguen presentes en nuestra realidad y que
vienen para quedarse:
El enorme crecimiento de las
desigualdades sociales, de género y territoriales.
La estabilización de la pobreza en
torno a un 20% —hay que subrayarlo— en momentos de crecimiento y
de máxima generación de empleo.
La precarización general de las
relaciones laborales.
La destrucción sistemática del
medio ambiente.
La corrupción como sistema y como
requisito estructural del modelo económico vigente.
Todo esto en un entorno general de
dependencia económico-financiera y de subalternidad política
creciente del Estado español.
Estos cinco rasgos, donde el problema
de la deuda privada que deviene en pública va a seguir siendo
fundamental, se han agravado con la crisis, pero —y es lo
fundamental— configuran ya el tipo de modelo productivo que han ido
configurando las políticas de crisis, eso que se ha venido a llamar
políticas de austeridad. (Seguir leyendo aquí -->)
El término de recuperación regresiva
(RR) que empleo conscientemente es para poner el acento, en primer
lugar, en que la débil recuperación macroeconómica de la economía
que se nos vende intenta dar la idea de que volveremos, de una u otra
manera, a la etapa anterior al 2007. Aquí está la trampa: la
recuperación es regresiva porque, en primer lugar, se consolida y
hace definitiva la pérdida de derechos, prestaciones y libertades
que teníamos antes de la crisis; en segundo lugar, el nuevo modelo
productivo que se está definiendo se basa en una insoportable
desigualdad social y de género y con una precarización general de
nuestras vidas; en tercer lugar, la variable clave del nuevo modelo
sigue siendo la salarial, en un sentido muy preciso: una economía
fundada en un débil Estado social, en salarios bajos, y en la
desestabilización permanente de las relaciones laborales; y en
cuarto lugar, un patrón productivo con una industrialización débil
y extremadamente dependiente, un sector servicios hipertrofiado de
nuevo ligado al turismo y en relación directa con la construcción,
con un sector primario bloqueado que es incapaz de asegurarnos la
autonomía alimentaria.
La recuperación positiva (RP) se
plantea, en primer lugar, recuperar los derechos, prestaciones y
libertades perdidas; en segundo lugar, la necesidad de un nuevo
modelo productivo, creando un círculo virtuoso de futuro que una la
reestructuración ecológica de nuestra economía y de nuestra
sociedad con la democracia económica y el impulso de nuevas
tecnologías, que tengan como centro la satisfacción de las
necesidades humanas básicas y el autogobierno de las personas. Lo
que está en juego no es conservar lo que tenemos frente a los
riesgos del cambio y las inseguridades del próximo futuro. No, esta
es una mentira más del poder, de los poderes que nos gobiernan y
manipulan; la alternativa real es: o cambiamos el sistema
bipartidista dominante, el régimen existente, o nuestro futuro
inmediato será el de salarios bajos, derechos sociales y laborales
en regresión, generaciones enteras sin futuro, condenadas al exilio
económico y a la perdida de nuestra condición de personas. Para
decirlo con más claridad: cambio o inseguridad permanente; regresión
social o desarrollo económico y social; esperanza o resignación;
ser sujetos activos de nuestro futuro o masa pasiva controlada y
dirigida por los que mandan; ciudadanía con derechos y poderes o
súbditos de un sistema oligárquico y corrupto.
Unir estos tres aspectos—democracia
económica, restructuración ecológica de la economía y la
sociedad, nuevas tecnologías— implica un nuevo proyecto de país.
No habrá un nuevo modelo productivo si no se rompe con la división
del trabajo que nos está imponiendo la Unión Europea y la zona
euro. No habrá un nuevo modelo productivo si no se cambian las
relaciones de poder existentes, es decir, el poder de la oligarquía,
de la trama financiero-económico-mediática que domina
parasitariamente los destinos de nuestra patria y mata las energías
creadoras existentes en nuestra sociedad. No habrá un nuevo modelo
productivo en nuestro país si no se construye un nuevo Estado y
buscamos una nueva unidad entre las naciones y pueblos de esa
realidad plural que hemos llamado tradicionalmente España.
No hay soluciones solamente económicas,
sabiendo que estas son muy importantes; hace falta, por así decirlo,
una “política de la economía” empeñada en trasformar las
relaciones de poder existentes. Muchos hemos hablado en estos años
de la necesidad de una auténtica “revolución democrática”
capaz de liquidar el poder de una oligarquía convertida en “trama”,
en bloque de poder, que anuda al capitalismo monopolista financiero,
clase política y control de los medios. La condición previa: un
proceso constituyente que elabore una nueva Constitución que
garantice los derechos sociales, el ejercicio del derecho a la
autodeterminación con el objetivo de crear un Estado federal; que
someta la economía a la lógica de las necesidades básicas de las
personas; democratice el conjunto de las relaciones sociales y de
género; defienda en serio la soberanía popular, desde una política
basada en la paz, en el desarme y en la independencia de los pueblos.
En definitiva, una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales
comprometidos con la justicia y la emancipación.
En momentos donde la guerra retorna
como instrumento político definitorio, sería bueno poner en el
frontispicio de nuestra futura constitución aquel singular Ar.6 de
la Constitución de la de la 2ª República que escuetamente decía:
”España renuncia a la guerra como instrumento de política
nacional”. Esto significa, aquí y ahora, algo concreto y preciso:
no a la OTAN, no a las bases extranjeras en nuestro territorio.
Resumiendo mucho: una República Soberana en una Europa Confederal.
Publicado en Cuarto Poder
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